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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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pregunte directamente al gigolo. ¿Cómo puede estar jugando con los sentimientos de mi amiga?Mia vuelve y pasamos a hablar de cosas menos comprometidas.El fuego crepita y chisporrotea cuando le echo el último tronco. Casi nos hemos quedado sin leña. Aunque esverano, el fuego se agradece en un día húmedo como este.—Mia, ¿sabes dónde se guarda la leña para el fuego? —le pregunto. Ella le da un sorbo al daiquiri.—Creo que en el garaje.—Voy a por unos cuantos troncos. Y así tengo oportunidad de explorar…La lluvia ha parado cuando salgo y me encamino al garaje para tres coches que hay junto a la casa. Lapuerta lateral no está cerrada con llave, así que entro y enciendo la luz. El fluorescente cobra vida con unzumbido.Hay un coche en el garaje; es el Audi en el que he visto a Elliot esta tarde. También hay dos motos denieve. Pero lo que me llama la atención son dos motos de motocross, ambas de 125 cc. Los recuerdos deEthan intentando valientemente enseñarme a conducir una el verano pasado me vienen a la mente. Me frotoinconscientemente el brazo donde me hice un buen hematoma en una caída.—¿Sabes conducirlas? —oigo la voz de Elliot detrás de mí.Me vuelvo.—Has vuelto.—Eso parece. —Sonríe y me doy cuenta de que Christian me respondería con las mismas palabras, perono con esa enorme sonrisa arrebatadora—. ¿Sabes?¡Gigolo!—Algo así.—¿Quieres que te dé una vuelta?Río burlonamente.—Mmm… no. No creo que a Christian le gustara nada que hiciera algo así.—Christian no está aquí. —Elliot muestra una media sonrisa (oh, parece que es un rasgo de familia) yseñala a nuestro alrededor para indicar que estamos solos. Se acerca a la moto más cercana, pasa una piernaenfundada en un vaquero por encima del asiento, se acomoda y coge el manillar.—Christian tiene… preocupaciones por mi seguridad. No debería.—¿Siempre haces lo que él te dice? —Elliot tiene una chispa traviesa en sus ojos azules de bebé y puedover un destello del chico malo… el chico malo del que se ha enamorado Kate. El chico malo de Detroit.—No. —Arqueo una ceja reprobatoria en su dirección—. Pero intento no complicarle la vida. Ya tienebastantes preocupaciones sin que yo le dé ninguna más. ¿Ha vuelto ya?—No lo sé.—¿No has ido a pescar?Elliot niega con la cabeza.—Tenía que resolver unos asuntos en la ciudad.¡Asuntos! ¡Vaya! ¡Asuntos rubios y muy bien arreglados! Inspiro bruscamente y le miro con la bocaabierta.

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