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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Solo si se porta usted mal, señora Grey —me dice al oído.¿Cómo se puede encerrar una promesa tan sensual en siete palabras?—Ya se me ocurrirá algo —le aseguro con una sonrisa.Después de despedirnos nos dirigimos al coche.—Toma. —Christian me tira las llaves del R8—. No me lo abolles o me voy a cabrear mucho —añade contoda seriedad.Se me seca la boca. ¿Me va a dejar conducir su coche? La diosa que llevo dentro se pone los guantes deconducir de piel y los zapatos planos. ¡Oh, sí!, exclama.—¿Estás seguro? —le pregunto perpleja.—Sí. Y aprovecha antes de que cambie de idea.Me parece que no he sonreído tanto en mi vida. Él pone los ojos en blanco y me abre la puerta delconductor para que pueda entrar. Arranco el motor antes si quiera de que le dé tiempo a llegar al lado delacompañante, así que se apresura a entrar.—Ansiosa, ¿eh, señora Grey? —pregunta con una sonrisa mordaz.—Mucho.Salgo del aparcamiento marcha atrás lentamente y giro para enfilar la salida de la casa. Consigo no calarlo,lo que me sorprende incluso a mí. Vaya, qué sensible está el embrague. Cuando me acerco a la salida, veopor el retrovisor que Sawyer y Ryan suben al Audi todoterreno. No sabía que nuestra seguridad nos habíaacompañado hasta allí. Me paro antes de incorporarme a la carretera principal.—¿Estás seguro de verdad?—Sí —dice Christian tenso, lo que me indica que no está nada seguro. Oh, mi pobrecito <strong>Cincuenta</strong>…Quiero reírme de él y de mí; estoy nerviosa y entusiasmada.Una pequeña parte de mí quiere perder a Sawyer y a Ryan solo por diversión. Compruebo que no vienenadie y al fin entro en la carretera con el R8. Christian se revuelve en el asiento por la tensión y yo no puedoresistirme. La carretera está vacía. Piso el acelerador y salimos disparados hacia delante.—¡Hey! ¡Ana! —grita Christian—. Frena un poco… Nos vas a matar.Suelto el acelerador inmediatamente. ¡Uau! ¡Este coche tiene potencia!—Perdón —murmuro intentando parecer arrepentida, aunque no lo consigo. Christian ríe para ocultar sualivio, creo.—Bueno, eso cuenta como mal comportamiento —dice como que no quiere la cosa. Yo reduzco aún másla velocidad.Miro por el retrovisor. No hay señales del todoterreno, solo se ve un coche oscuro con los cristales tintadosdetrás de nosotros. Me imagino a Sawyer y a Ryan nerviosos, intentando frenéticamente llegar hasta nosotrosy no sé por qué eso me divierte. Pero como no quiero provocarle un ataque al corazón a mi marido, decidoportarme bien y conducir tranquilamente, con una confianza creciente, hacia el puente de la 520.De repente Christian suelta un taco y se pelea con sus vaqueros para poder sacar la BlackBerry del bolsillo.—¿Qué? —contesta enfadado a quien sea que está al otro lado de la línea—. No —dice y mira hacia atrás—. Sí, conduce ella.

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