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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Gracias.—¿Te quedas en casa de Susannah?—Sí.—Bien.Miro fijamente a Christian. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah?—Adiós, señora Grey. Gracias por atenderme.Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida.—Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo paradespedirme de una antigua sumisa de mi marido.Asiente y se gira hacia él.—Adiós, Christian.Los ojos de Christian se suavizan un poco.—Adiós, Leila. —Su voz es muy baja—. Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides.—Sí, señor.Christian abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de él y le mira. Él se queda quietoy la observa con cautela.—Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que él pueda responder.Él frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Taylor, que sigue a Leilahacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira inseguro.—Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes—. Llama a Claude Bastille y grítale a él o vetea ver al doctor Flynn.Se queda con la boca abierta; está sorprendido por mi reacción. Arruga la frente otra vez.—Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio.—¿Hacer qué?—Desafiarme.—No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de queLeila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo eltiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no tepreocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna bula papal de tu parte quedecretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas.Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Christian me observa con unaexpresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan.—¿Bula papal? —dice divertido y se relaja visiblemente.No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, yeso solo me pone más furiosa. El intercambio entre él y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómoha podido ser tan frío con ella?—¿Qué? —me pregunta, irritado porque mi cara sigue estando decididamente seria.—Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella?Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.

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