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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Aunque estés gorda.Me besa de nuevo, más apasionadamente esta vez, y yo cierro las manos en su pelo, apretándole contra mí.Nuestras lenguas se entrelazan en un baile lento y sensual. Cuando el ascensor suena y se para en el ático, losdos estamos sin aliento.—Muy feliz —murmura.Su sonrisa es más sombría ahora y sus ojos entornados ocultan una promesa lasciva. Sacude la cabeza pararecuperar la compostura y me lleva hasta el vestíbulo.—Bienvenida a casa, señora Grey. —Vuelve a besarme, más castamente, y me dedica la sonrisa patentadade Christian Grey con todos sus gigavatios. Los ojos le bailan de alegría.—Bienvenido a casa, señor Grey. —Yo también sonrío con el corazón lleno de felicidad.Creía que Christian me iba a bajar aquí, pero no. Me lleva a través del vestíbulo, por el pasillo hasta elsalón, y después me deposita sobre la isla de la cocina, donde me quedo sentada con las piernas colgando.Coge dos copas de champán del armario de la cocina y una botella de champán frío de la nevera: Bollinger,nuestro favorito. Abre con destreza la botella sin derramar una gota, vierte el champán rosa pálido en lascopas y me pasa una. Coge la otra, me abre las piernas y se acerca para quedarse de pie entre ellas.—Por nosotros, señora Grey.—Por nosotros, señor Grey —susurro consciente de mi sonrisa tímida. Brindamos y le doy un sorbo.—Sé que estás cansada —me dice acariciándome la nariz con la suya—. Pero tengo muchas ganas de ir ala cama… y no para dormir. —Me besa la comisura de los labios—. Es nuestra primera noche aquí y ahoraeres mía de verdad… —Su voz se va apagando mientras empieza a besarme la garganta. Es por la noche enSeattle y estoy exhausta, pero el deseo empieza a despertarse en mi vientre.Christian duerme plácidamente a mi lado mientras yo observo las franjas rosas y doradas del nuevo amanecerentrando por las enormes ventanas. Tiene el brazo cubriéndome los pechos y yo intento acompasar mirespiración con la suya para volver a dormirme, pero es imposible. Estoy completamente despierta; mi relojinterno lleva la hora de Greenwich y la mente me va a mil por hora.Han pasado tantas cosas en las últimas tres semanas (más bien en los últimos tres meses) que me sientocomo en una nube. Aquí estoy ahora, la señora de Christian Grey, casada con el millonario más delicioso,sexy, filántropo y absurdamente rico que pueda encontrar una mujer. ¿Cómo ha podido pasar todo tanrápido?Me giro para ponerme de lado y poder mirarle. Sé que él me observa mientras duermo, pero yo no suelotener oportunidad de hacer lo mismo. Se ve joven y despreocupado cuando duerme, con las largas pestañasrozándole las mejillas, un principio de barba cubriéndole la mandíbula y sus labios bien definidos un pocoseparados; está relajado y respira profundamente. Quiero besarle, meter mi lengua entre esos labios, rozarlecon los dedos esa barba que ya pincha. Tengo que esforzarme para reprimir la necesidad de tocarle yperturbarle el sueño. Mmm… Podría morderle y chuparle el lóbulo de la oreja. Mi subconsciente me mira porencima de las gafas porque la he distraído en su lectura de las obras completas de Charles Dickens y mereprende mentalmente: Deja en paz al pobre hombre, Ana.Regreso al trabajo el lunes. Nos queda el día de hoy para volver a adaptarnos a la rutina. Va a ser raro no

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