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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—¡Adelante! —digo demasiado alto.Hannah abre la puerta. Lleva una bandeja: jarrita de leche, azucarero, café en cafetera francesa… Se hatomado muchas molestias. Coloca la bandeja en mi mesa.—Gracias, Hannah —le digo avergonzada de haberle gritado.—¿Necesita algo más, señor Grey? —le pregunta con la voz entrecortada. Estoy a punto de poner los ojosen blanco.—No, gracias, eso es todo. —Le sonríe con esa sonrisa brillante y arrebatadora que haría que a cualquiermujer se le cayeran las bragas. Ella se ruboriza y sale con una sonrisita tonta en los labios. Christian vuelve acentrar su atención en mí.—Vamos a ver, «señorita» Steele, ¿dónde estábamos?—Estabas interrumpiendo mi trabajo de una forma muy maleducada para pelear por mi apellido.Christian parpadea. Está sorprendido, supongo que por la vehemencia que ha notado en mi voz. Conmucho cuidado se quita una pelusa invisible de la rodilla con sus largos y hábiles dedos. Es una distracción.Lo está haciendo a propósito. Entorno los ojos al mirarle.—Me gusta hacer visitas sorpresa. Mantiene a la dirección siempre alerta y a las esposas en su lugar. Yasabes… —Se encoge de hombros con una expresión arrogante.¡A las esposas en su lugar!—No sabía que tuvieras tiempo para eso —le contesto.De repente su mirada es gélida.—¿Por qué no te quieres cambiar el apellido aquí? —pregunta con la voz mortalmente tranquila.—Christian, ¿tenemos que discutir eso ahora?—Ya que estoy aquí, no veo por qué no.—Tengo una tonelada de trabajo que hacer tras tres semanas de vacaciones.Su mirada sigue siendo fría y calculadora… distante incluso. Me asombra que pueda ser tan frío después delo de anoche, de lo de las últimas tres semanas. Mierda. Tiene que estar hecho una furia, una verdadera furia.¿Cuándo va a aprender a no sacar las cosas de quicio?—¿Te avergüenzas de mí? —me pregunta con voz engañosamente suave.—¡No! Christian, claro que no. —Le miro con el ceño fruncido—. Esto tiene que ver conmigo, no contigo.—Oh… A veces es exasperante. Estúpido megalómano dominante…—¿Cómo puede no tener que ver conmigo? —Ladea la cabeza, auténticamente perplejo, y parte de ladistancia anterior desaparece. Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que está dolido. Joder,he herido sus sentimientos. Oh, no… Él es la última persona a la que querría hacer daño. Tengo queconseguir que lo entienda, explicarle las razones de mi decisión.—Christian, cuando acepté este trabajo acababa de conocerte —empiezo a decir con mucha paciencia,esforzándome por encontrar las palabras—. No sabía que ibas a comprar la empresa…¿Y qué decir de ese acontecimiento de nuestra breve historia? Sus trastornadas razones para hacerlo: suobsesión por el control, su tendencia al acoso llevada hasta el extremo porque nadie le ponía coto por lo ricoque es… Sé que quiere mantenerme a salvo, pero el hecho de que sea el dueño de Seattle IndependentPublishing es el problema fundamental aquí. Si no hubiera interferido, yo podría seguir con normalidad mi

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