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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Llévatelo todo, Anastasia.—Christian… —Estoy a punto de ceder, de contárselo todo: lo de Jack, lo de Mia, el rescate… ¡Confía enmí, por favor!, le suplico en mi mente.—Siempre te querré —dice con voz ronca. Y cuelga.—¡Christian! No… Yo también te quiero. —Y todas las estupideces que nos hemos estado echando encara el uno al otro durante los últimos días dejan de tener importancia. Le prometí que nunca le dejaría… Perono te voy a dejar; voy a salvar a tu hermana. Me hundo en la silla, sollozando copiosamente mientras mecubro la cara con las manos.Me interrumpe un golpe tímido en la puerta. Whelan entra aunque no le he dado permiso. Mira a cualquierparte menos a mí. Está avergonzado.¡Le has llamado, desgraciado!, pienso mirándole fijamente.—Su marido está de acuerdo en liquidar cinco millones de dólares de sus activos, señora Grey. Es unasituación muy irregular, pero como es uno de nuestros principales clientes… y ha insistido… mucho. —Sedetiene y se sonroja. Después me mira con el ceño fruncido y no sé si es porque Christian está siendo muyirregular o porque Whelan no sabe cómo tratar con una mujer que está llorando en su despacho—. ¿Estáusted bien?—¿Le parece que estoy bien? —exclamo.—Lo siento, señora. ¿Quiere un poco de agua?Asiento, resentida. Acabo de dejar a mi marido. Bueno, Christian cree que le he dejado. Mi subconscientefrunce los labios: «Será porque tú le has dicho eso».—Pediré a mi colega que le traiga un vaso mientras yo preparo el dinero. Si no le importa firmar aquí,señora… Y haga un cheque para cobrarlo y firme aquí también.Me pasa un formulario sobre la mesa. Firmo sobre la línea de puntos del cheque y después en elformulario. Anastasia Grey. Caen lágrimas sobre el escritorio y por poco no aterrizan sobre los papeles.—Muy bien, señora. Nos llevará una media hora preparar el dinero.Miro nerviosamente el reloj. Jack ha dicho dos horas; con esa media hora ya se habrán cumplido. Asientoen dirección a Whelan y él sale del despacho, dejándome con mi sufrimiento.Un rato después (minutos, horas… no sé), la señorita Sonrisa Falsa vuelve a entrar con una jarra de agua yun vaso.—Señora Grey —dice en voz baja mientras pone el vaso sobre la mesa y lo llena.—Gracias.Cojo el vaso y bebo agradecida. Ella sale y me deja con mis pensamientos asustados y hechos un lío. Yaarreglaré las cosas con Christian… si no es ya demasiado tarde. Al menos he logrado mantenerle al margende todo esto. Ahora mismo tengo que concentrarme en Mia. ¿Y si Jack está mintiendo? ¿Y si no la tiene?Debería llamar a la policía.«Y no se lo digas a nadie o me la follaré antes de matarla.» No puedo. Me apoyo en el respaldo de la silla ysiento la presencia tranquilizadora de la pistola de Leila en la cintura, clavándose en mi espalda. ¿Quiénhabría dicho que alguna vez me iba a alegrar de que Leila me apuntara con una pistola? Oh, Ray, cómo mealegro de que me enseñaras a disparar.

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