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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Esto es la vida real sin paliativos, y ha pasado tanto tiempo manteniéndose al margen de esas cosas que ahorase encuentra expuesto e indefenso. Mi dulce y demasiado protegido <strong>Cincuenta</strong> Sombras…—Un baño. Me apetece un baño —murmuro sabiendo que mantenerle ocupado le hará sentir mejor, útilincluso. Oh, Christian… Estoy entumecida, helada y asustada, pero me alegro tanto de que estés aquíconmigo…—Un baño. Bien. Sí. —Entra en el dormitorio y desaparece de mi vista al entrar en el enorme baño. Unosmomentos después el ruido del agua al salir por los grifos para llenar la bañera resuena en la habitación.Por fin consigo obligarme a seguirle al interior del dormitorio. Miro alucinada varias bolsas del centrocomercial Nordstrom que hay sobre la cama. Christian sale del baño con las mangas de la camisa remangadasy sin chaqueta ni corbata.—He enviado a Taylor a por unas cuantas cosas. Ropa de dormir y todo eso —me dice mirándome concautela.Claro. Asiento para hacerle sentir mejor. ¿Dónde está Taylor?—Oh, Ana —susurra Christian—. Nunca te he visto así. Normalmente eres tan fuerte y tan valiente…No sé qué decir. Solo puedo mirarle con los ojos muy abiertos. Ahora mismo no tengo nada que ofrecer.Creo que estoy en estado de shock. Me abrazo intentando mantener a raya al frío, aunque sé que es unesfuerzo inútil porque el frío sale de dentro. Christian me atrae hacia él y me abraza.—Nena, está vivo. Sus constantes vitales son buenas. Solo tenemos que ser pacientes —me dice en unsusurro—. Ven. —Me coge la mano y me lleva al baño. Con mucha delicadeza me quita la chaqueta y lacoloca en la silla del baño. Después empieza a desabrocharme los botones de la blusa.El agua está deliciosamente caliente y huele muy bien; el aroma de la flor de loto llena el aire húmedo ycaldeado del baño. Estoy tumbada entre las piernas de Christian, con la espalda apoyada en su pecho y lospies descansando sobre los suyos. Los dos estamos callados e introspectivos y por fin entro en calor. Christianme va besando el pelo intermitentemente mientras yo jugueteo con las pompas de jabón. Me rodea loshombros con un brazo.—No te metiste en la bañera con Leila, ¿verdad? La vez que la bañaste, quiero decir… —le pregunto.Se queda muy quieto, ríe entre dientes y me da un suave apretón con la mano que descansa sobre mihombro.—Mmm… no. —Suena atónito.—Eso me parecía. Bien.Me tira un poco del pelo, que tengo recogido en un moño improvisado, haciéndome girar la cabeza paraque pueda verme la cara.—¿Por qué lo preguntas?Me encojo de hombros.—Curiosidad insana. No sé… Porque la hemos visto esta semana.Su expresión se endurece.—Ya veo. Pues preferiría que fueras menos curiosa. —Su tono es de reproche.—¿Cuánto tiempo vas a seguir apoyándola?

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