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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Conozcamos a <strong>Cincuenta</strong> SombrasLunes, 9 de mayo de 2011Mañana —murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el umbral de mi oficina.—Grey, ¿jugamos al golf esta semana? —Bastille sonríe con arrogancia, porque sabe que tieneasegurada la victoria en el campo de golf.Se gira y se va y yo le veo alejarse con el ceño fruncido. Lo que me ha dicho antes de irse solo echa sal enmis heridas, porque a pesar de mis heroicos intentos en el gimnasio esta mañana, mi entrenador personal meha dado una buena paliza. Bastille es el único que puede vencerme y ahora pretende apuntarse otra victoria enel campo de golf. Odio el golf, pero se hacen muchos negocios en las calles de los campos de ese deporte, asíque tengo que soportar que me dé lecciones ahí también… Y aunque no me guste admitirlo, Bastille haconseguido que mejore mi juego.Mientras miro la vista panorámica de Seattle, el hastío ya familiar se cuela en mi mente. Mi humor está tangris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesitoalgún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes demi despacho, me encuentro inquieto. No debería estar así, no después de varios asaltos con Bastille. Pero asíme siento.Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés recientemente ha sido la decisión deenviar dos cargueros a Sudán. Eso me recuerda que se supone que Ros tenía que haberme pasado ya losnúmeros y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para coger elteléfono con intención de descubrir qué está pasando.¡Oh, Dios! Tengo que soportar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para la revista de lafacultad. ¿Por qué demonios accedería? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca deimbéciles insulsos, mal informados e insustanciales. Suena el teléfono.—Sí —le respondo bruscamente a Andrea como si ella tuviera la culpa. Al menos puedo hacer que laentrevista dure lo menos posible.—La señorita Anastasia Steele está esperando para verle, señor Grey.—¿Steele? Esperaba a Katherine Kavanagh.—Pues es Anastasia Steele quien está aquí, señor.Frunzo el ceño. Odio los imprevistos.—Dile que pase —murmuro consciente de que sueno como un adolescente enfurruñado, pero no meimporta una mierda.Bueno, bueno… parece que la señorita Kavanagh no ha podido venir… Conozco a su padre: es elpropietario de Kavanagh Media. Hemos hecho algunos negocios juntos y parece un tipo listo y un hombreracional. He aceptado la entrevista para hacerle un favor, uno que tengo intención de cobrarme cuando me

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