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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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me ocurre que siempre he pensado en Christian como alguien muy fuerte y muy dominante, cuando enrealidad es tan frágil, mi pobre niño perdido… Y lo más irónico es que él me ve a mí como alguien frágil (yyo no creo que lo sea). Yo soy la fuerte en comparación con él.Pero ¿tengo suficiente fuerza para los dos? ¿Suficiente para hacer lo que me dice y proporcionarle así unpoco de serenidad mental? Suspiro. No me está pidiendo tanto. Repaso nuestra conversación de anoche.¿Hemos decidido algo aparte de que ambos vamos a intentarlo con más ahínco? Lo importante de todo es quequiero a este hombre y necesito establecer un rumbo que nos sirva a ambos. Uno que me permita mantener miintegridad y mi independencia y a la vez seguir siendo lo que soy para él. Soy su más y él es mío. Decidohacer un esfuerzo especial este fin de semana para no darle ninguna causa de preocupación.Christian se revuelve, levanta la cabeza de mi pecho y me mira adormilado.—Buenos días, señor Grey —le digo sonriendo.—Buenos días, señora Grey. ¿Ha dormido bien? —Se estira a mi lado.—Una vez que mi marido dejó de aporrear el piano, sí.Me dedica esa sonrisa tímida y yo me derrito.—¿Aporrear? Tengo que escribirle un correo a la señorita Kathie para decirle eso que me has dicho.—¿La señorita Kathie?—Mi profesora de piano.Suelto una risita.—Me encanta ese sonido —me dice—. ¿Vamos a ver si hoy tenemos un día mejor?—Vale —le digo—. ¿Qué quieres hacer?—Después de hacerle el amor a mi mujer y que ella me prepare el desayuno, quiero llevarte a Aspen.Le miro boquiabierta.—¿Aspen?—Sí.—¿Aspen, Colorado?—El mismo. A menos que lo hayan movido. Después de todo, pagaste veinticuatro mil dólares por laexperiencia de pasar un fin de semana allí.Le sonrío.—Los pagué, pero era tu dinero.—Nuestro dinero.—Era solo tu dinero cuando hice la puja. —Pongo los ojos en blanco.—Oh, señora Grey… Usted y su manía de poner los ojos en blanco —me susurra mientras su manorecorre mi muslo.—¿No hacen falta muchas horas para llegar a Colorado? —pregunto para distraerle.—En jet no —dice dulcemente cuando su mano llega a mi culo.Claro, mi marido tiene un jet, ¿cómo puedo haberlo olvidado? Su mano sigue ascendiendo por mi cuerpo,subiéndome el camisón en su camino, y pronto se me olvida todo.Taylor nos lleva en coche hasta la pista de aterrizaje del aeropuerto de Seattle y después hasta el sitio justo

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