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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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convenga. Tengo que admitir que tenía una vaga curiosidad por conocer a su hija para saber si la astilla tienealgo que ver con el palo o no.Oigo un golpe en la puerta que me devuelve a la realidad. Entonces veo una maraña de largo pelo castaño,pálidas extremidades y botas marrones que aterriza de bruces en mi despacho. Pongo los ojos en blanco yreprimo la irritación que me sale naturalmente ante tal torpeza. Me acerco enseguida a la chica, que está acuatro patas en el suelo. La sujeto por los hombros delgados y la ayudo a levantarse.Unos ojos azul luminoso, claros y avergonzados, se encuentran con los míos y me dejan petrificado. Sonde un color de lo más extraordinario, un azul empolvado cándido, y durante un momento horrible me sientocomo si pudieran ver a través de mí. Me siento… expuesto. Qué desconcertante. Tiene la cara pequeña ydulce y se está ruborizando con un inocente rosa pálido. Me pregunto un segundo si toda su piel será así, tanimpecable, y qué tal estará sonrosada y caliente después de un golpe con una caña. Joder. Freno en seco misdíscolos pensamientos, alarmado por la dirección que están tomando. Pero ¿qué coño estás pensando, Grey?Esta chica es demasiado joven. Me mira con la boca abierta y yo vuelvo a poner los ojos en blanco. Sí, sí,nena, no es más que una cara bonita y no hay belleza debajo de la piel. Me gustaría hacer desaparecer de esosgrandes ojos azules esa mirada de admiración sin reservas.Ha llegado la hora del espectáculo, Grey. Vamos a divertirnos un poco.—Señorita Kavanagh. Soy Christian Grey. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?Otra vez ese rubor. Ahora que ya he recuperado la compostura y el control, la observo. Es bastanteatractiva, dentro del tipo desgarbado: menuda y pálida, con una melena color caoba que apenas puedecontener la goma de pelo que lleva. Una chica morena… Sí, es atractiva. Le tiendo la mano y ella balbuceauna disculpa mortificada mientras me la estrecha con su mano pequeña. Tiene la piel fresca y suave, pero suapretón de manos es sorprendentemente firme.—La señorita Kavanagh está indispuesta, así que me ha mandado a mí. Espero que no le importe, señorGrey. —Habla en voz baja con una musicalidad vacilante y parpadea como loca agitando las pestañas sobreesos grandes ojos azules.Incapaz de mantener al margen de mi voz la diversión que siento al recordar su algo menos que eleganteentrada en el despacho, le pregunto quién es.—Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con Kate… digo… Katherine… digo… la señoritaKavanagh, en la Estatal de Washington.Un ratón de biblioteca nervioso y tímido, ¿eh? Parece exactamente eso; va vestida de una maneraespantosa, ocultando su complexión delgada bajo un jersey sin forma y una discreta falda plisada marrón.Dios, ¿es que no tiene gusto para vestir? Mira mi despacho nerviosamente. Lo está observando todo menos amí, noto con una ironía divertida.¿Cómo puede ser periodista esta chica? No tiene ni una pizca de determinación en el cuerpo. Está tanencantadoramente ruborizada, tan dócil, tan cándida… tan sumisa. Niego con la cabeza, asombrado por lalínea que están siguiendo mis pensamientos. Le digo alguna cosa tópica y le pido que se siente. Después notoque su mirada penetrante observa los cuadros del despacho. Antes de que me dé cuenta, me encuentroexplicándole de dónde vienen.—Un artista de aquí. Trouton.

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