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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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De repente el corazón se me llena de compasión por él. Mi niño perdido… ¿Por qué es tan difícil para élvolver a ponerse en contacto con la humanidad, con la compasión que mostró por Leila cuando tuvo la crisis?Se me queda mirando fijamente con los ojos brillando por la ira.—Se acabó la discusión. Vámonos a casa.Echo un vistazo al reloj. Solo son las cuatro y veintitrés. Tengo trabajo que hacer.—Es pronto —le digo.—A casa —insiste.—Christian —le digo con voz cansada—, estoy harta de tener siempre la misma discusión contigo.Frunce el ceño como si no comprendiera.—Ya sabes —le recuerdo—: yo hago algo que no te gusta y tú piensas en una forma de castigarme porello, que normalmente incluye un polvo pervertido que puede ser alucinante o cruel. —Me encojo dehombros, resignada. Esto es agotador y muy confuso.—¿Alucinante? —me pregunta.¿Qué?—Normalmente sí.—¿Qué ha sido alucinante? —me pregunta, y ahora sus ojos brillan con una curiosidad divertida y sensual.Veo que está intentando distraerme.Oh, Dios mío… No quiero hablar de eso en la sala de reuniones de SIP. Mi subconsciente se examina conindiferencia las uñas perfectamente arregladas: Entonces no deberías haber sacado el tema…—Ya lo sabes. —Me ruborizo, irritada con él y conmigo misma.—Puedo adivinarlo —susurra.Madre mía. Estoy intentando reprenderle y él me está confundiendo.—Christian, yo…—Me gusta complacerte. —Sigue la línea de mi labio inferior delicadamente con el pulgar.—Y lo haces —reconozco en un susurro.—Lo sé —me dice suavemente. Después se agacha y me susurra al oído—: Es lo único que sé conseguridad.Oh, qué bien huele. Se aparta y me mira con una sonrisa arrogante que dice: «Por eso eres mía».Frunzo los labios y me esfuerzo por que parezca que no me ha afectado su contacto. Se le da muy bien lode distraerme de algo doloroso o que no quiere tratar. Y tú se lo permites, dice mi subconsciente mirando porencima del <strong>libro</strong> de Jane Eyre. Su comentario no me ayuda.—¿Qué fue alucinante, Anastasia? —vuelve a preguntar con un brillo malicioso en los ojos.—¿Quieres una lista? —pregunto a mi vez.—¿Hay una lista? —Está encantado.Oh, qué agotador es este hombre.—Bueno, las esposas —murmuro, y mi mente viaja hasta la luna de miel.Él arruga la frente y me coge la mano, rozándome allí donde normalmente se toma el pulso en la muñecacon su pulgar.—No quiero dejarte marcas.

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