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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Leila se inclina un poco hacia delante como si fuera a revelarme un secreto que lleva guardando muchotiempo.—Amaba a Geoff, mi novio que murió hace unos meses. —Su voz va bajando hasta convertirse en unsusurro triste.Oh, madre mía. Esto se está poniendo personal.—Lo siento mucho —le digo automáticamente, pero ella continúa como si no me hubiera oído.—También amaba a mi marido… y solo he amado a otro —murmura.—A mi marido. —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.—Sí —dice en un murmullo apenas audible.Eso no es nuevo para mí. Cuando levanta la vista para mirarme, sus ojos marrones están llenos deemociones contradictorias, pero la que destaca sobre todas es la aprensión. ¿Por mi reacción tal vez? Pero miabrumadora respuesta ante esta pobre mujer es la compasión. Repaso toda la literatura clásica que se meocurre en busca de formas de tratar con el amor no correspondido. Trago saliva con dificultad y me agarro ala superioridad moral.—Lo sé. Es fácil quererle —susurro.Abre todavía más los ojos por la sorpresa y sonríe.—Sí, lo es… Lo era —se corrige rápidamente y se sonroja.Después suelta una risita tan dulce que no puedo evitarlo y río también. Sí, Christian Grey tiene ese efectoen nosotras. Mi subconsciente me pone los ojos en blanco porque la saco de quicio y vuelve a la lectura deldesgastado ejemplar de Jane Eyre. Miro el reloj. En el fondo sé que Christian no tardará en llegar.—Creo que vas a tener la oportunidad de ver a Christian.—Eso creía. Sé lo protector que puede llegar a ser. —Me sonríe.Así que tenía todo esto planeado. Qué astuta. O manipuladora, me susurra mi subconsciente.—¿Por eso has venido a verme?—Sí.—Ya veo.Y Christian está haciendo justo lo que ella esperaba. A regañadientes admito que le conoce bien.—Parecía muy feliz. Con usted —me dice.¿Qué?—¿Cómo lo sabes?—Lo vi cuando estuve en el ático —explica con cautela.Oh, ¿cómo he podido olvidar eso?—¿Ibas allí con frecuencia?—No. Pero él era muy diferente con usted.¿Quiero oír esto? Un escalofrío me recorre la espalda. Se me eriza el vello al recordar el miedo que sentícuando ella apareció en nuestro apartamento en forma de sombra que no llegué a ver del todo.—Sabes que va contra la ley. Allanar una casa.Ella asiente y mira fijamente la mesa, recorriendo el borde con una uña.—Solo lo hice unas pocas veces y tuve suerte de que no me cogieran. También tengo que darle las gracias

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