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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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discutir, Ana. —Me dedica una media sonrisa—. Bueno, eso es lo que siempre dice mi madre. Dije e hicecosas de las que no estoy orgulloso. —Sus ojos grises se ven sombríos pero arrepentidos—. Vamos a quitartela ropa —dice con voz suave. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y él me da otro beso en la frente.Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque lacabeza no me duele mucho. Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes demeterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho ratomientras el agua cae sobre nosotros, relajándonos.Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo, pero no me suelta y me acunasuavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, el vello de su pecho contra mi mejilla… Es elhombre que tanto quiero, el hombre guapísimo que duda de sí mismo y que he estado a punto de perder pormi imprudencia. Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesarde todo lo que ha pasado.Todavía tiene que darme algunas explicaciones, pero ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes yprotectores con los que me rodea. Y en ese momento tomo conciencia de una cosa: cualquier explicacióntiene que salir de él. No puedo presionarle; tiene que querer decírmelo. No quiero ser la esposa pesada queestá siempre intentando sacarle información a su marido. Es agotador. Sé que me quiere. Sé que me quieremás de lo que ha querido nunca a nadie, y por ahora eso es suficiente. Saberlo es liberador. Dejo de llorar yme aparto un poco.—¿Mejor? —me pregunta.Asiento.—Bien. Déjame verte —me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere, pero veo que me coge lamano y me examina el brazo sobre el que caí cuando Jack me golpeó. Tengo hematomas en el hombro yarañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería yde repente el dulce olor familiar del jazmín me llena la nariz.—Vuélvete.Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo.Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasansobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Christian se endurecen y frunce los labios. Su iraes palpable y suelta el aire con los dientes apretados.—No me duele —digo para tranquilizarle.Sus ardientes ojos grises se encuentran con los míos.—Quiero matarle. Y casi lo hago —susurra críptico. Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresiónlúgubre. Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, elculo y después se arrodilla para bajar por las piernas. Se detiene para examinarme la rodilla y me roza elhematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies. Extiendo la mano y le acaricio lacabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde delhematoma de las costillas, donde Hyde me dio la patada—. Oh, nena —gruñe con la voz llena de angustia ylos ojos oscuros por la furia.—Estoy bien. —Acerco su cara a la mía y le beso en los labios. Duda a la hora de responderme, pero

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