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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Christian niega con la cabeza y me pone el índice sobre los labios para callarme. Le miro con el ceñofruncido, pero él entorna los ojos en una clara advertencia para que me muerda la lengua.—Un Camaro de 2006. Le mando los detalles de la matrícula a Welch también —dice Barney por elteléfono con voz animada.—Bien. Descubre en qué otras partes de mi edificio ha estado ese hijo de puta. Y compara su imagen conla de su archivo personal de Seattle Independent Publishing. —Christian me mira un tanto escéptico—.Quiero estar seguro de que tenemos la identificación correcta.—Ya lo he hecho, señor, y la señora Grey tiene razón. Es Jack Hyde.Sonrío. ¿Lo ves? Puedo ser útil. Christian me frota la espalda con la mano.—Muy bien, señora Grey. —Me sonríe, olvidando su malestar anterior, y dice dirigiéndose a Barney—:Avísame cuando hayas rastreado todos sus movimientos dentro del edificio. Comprueba también si ha tenidoacceso a alguna otra propiedad de Grey Enterprises Holdings y avisa a los equipos de seguridad para quevuelvan a examinar todos esos edificios.—Sí, señor.—Gracias, Barney.Christian cuelga.—Bien, señora Grey, parece que no solo es usted decorativa, sino que también resulta útil. —Los ojos deChristian brillan con una diversión perversa. Noto que está bromeando.—¿Decorativa? —me burlo siguiendo el juego.—Muy decorativa —dice en voz baja dándome un beso suave y dulce en los labios.—Usted es mucho más decorativo que yo, señor Grey.Sonríe y me besa con más fuerza, enroscando mi pelo alrededor de su muñeca y abrazándome. Cuando nosseparamos para respirar, tengo el corazón a mil por hora.—¿Tienes hambre? —me pregunta.—No.—Pues yo sí.—¿Hambre de qué?—De comida, la verdad.—Te prepararé algo —digo con una risita.—Me encanta ese sonido.—¿El de mis palabras?—El de tu risita. —Me besa en el pelo y yo me pongo de pie.—¿Qué le apetece comer, señor? —le pregunto con dulzura.Él entorna los ojos.—¿Está intentando ser adorable, señora Grey?—Siempre, señor Grey…La sonrisa enigmática vuelve a aparecer.—Todavía puedo volver a ponerte sobre mis rodillas —murmura seductoramente.—Lo sé —le respondo sonriendo. Coloco las manos en los brazos de su silla de oficina, me agacho y le

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