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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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ceremoniosa, sin dejar de mirarle todo el tiempo. Sus labios se curvan divertidos mientras aparta la colcha.—Ya has oído a la doctora Singh. Ha dicho que descanses. —Su voz es más suave. Me meto en la cama ycruzo los brazos, frustrada—. Quédate ahí —dice. Está disfrutando de esto, es evidente.Yo frunzo el ceño aún más.El estofado de pollo de la señora Jones es, sin duda, uno de mis platos favoritos. Christian come conmigo,sentado con las piernas cruzadas en medio de la cama.—Lo has calentado muy bien —le digo con una sonrisa burlona y él me la devuelve. Estoy llena y me estáentrando sueño. ¿Sería ese su plan?—Pareces cansada. —Me recoge la bandeja.—Lo estoy.—Bien. Duerme. —Me da un beso—. Tengo que hacer unas cosas de trabajo. Las haré aquí, si no teimporta.Asiento mientras <strong>libro</strong> una batalla perdida contra mis párpados. No tenía ni idea de que el estofado de pollopodía ser tan agotador.Está oscureciendo cuando me despierto. Una luz rosa pálido inunda la habitación. Christian está sentado en elsillón mirándome, con los ojos grises iluminados por la luz. Tiene unos papeles en la mano y la caracenicienta.¡Oh, Dios mío!—¿Qué ocurre? —le pregunto sentándome bruscamente e ignorando la protesta de mis costillas.—Welch acaba de irse.Oh, mierda…—¿Y?—Yo viví con ese cabrón —susurra.—¿Que viviste? ¿Con Jack?Asiente con los ojos como platos.—¿Estáis emparentados?—No, Dios mío, no.Me giro, aparto la colcha y le invito a venir a la cama a mi lado. Para mi sorpresa, no lo duda un segundo.Se quita los zapatos y se mete en la cama junto a mí. Rodeándome con un brazo se acurruca y apoya lacabeza en mi regazo. Estoy asombrada. ¿Qué es esto?—No lo entiendo —murmuro acariciándole el pelo y mirándole. Christian cierra los ojos y arruga la frente,como si se esforzara por recordar.—Después de que me encontraran con la puta adicta al crack y antes de irme a vivir con Carrick y Grace,estuve un tiempo bajo la custodia del estado de Michigan. Viví en una casa de acogida. Pero no recuerdonada de entonces.La mente me va a mil por hora. ¿Una casa de acogida? Eso es nuevo para los dos.—¿Cuánto tiempo? —le susurro.

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