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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Oh…Curva los labios en una lenta sonrisa carnal.—Vamos a casa. —Ahora su tono es seductor.—Tengo trabajo que hacer.—A casa —vuelve a insistir.Nos miramos, el gris líquido se enfrenta al azul perplejo, poniéndonos a prueba, desafiando nuestros límitesy nuestras voluntades. Le observo intentando comprenderle, intentando entender cómo ese hombre puedepasar de ser un obseso del control rabioso a un amante seductor en un abrir y cerrar de ojos. Sus ojos seagrandan y se oscurecen, dejando claras cuáles son sus intenciones. Me acaricia suavemente la mejilla.—Podemos quedarnos aquí —dice en voz baja y ronca.Oh, no. No. No. No. En la oficina no.—Christian, no quiero tener sexo aquí. Tu amante acaba de estar en esta habitación.—Ella nunca fue mi amante —gruñe, y su boca se convierte en una fina línea.—Es una forma de hablar, Christian.Frunce el ceño, confundido. El amante seductor ha desaparecido.—No le des demasiadas vueltas a eso, Ana. Ella ya es historia —dice sin darle importancia.Suspiro. Tal vez tenga razón. Solo quiero que admita ante sí mismo que ella le importa. De repente se mehiela el corazón. Oh, no… Por eso es tan importante para mí. ¿Y si yo hiciera algo imperdonable? Porejemplo si no me conformo. ¿Yo también pasaría a ser historia? Si puede comportarse así ahora, después delo preocupado que estuvo por Leila cuando ella enfermó, ¿podría en algún momento volverse contra mí? Doyun respingo al recordar fragmentos de un sueño: espejos dorados y el sonido de sus pisadas sobre el suelo demármol mientras se aleja, dejándome sola rodeada de un esplendor opulento.—No… —La palabra sale de mi boca en un susurro horrorizado antes de que pueda detenerla.—Sí —dice él, y me sujeta la barbilla para después inclinarse y darme un beso tierno en los labios.—Oh, Christian, a veces me das miedo. —Le cojo la cabeza con las manos, enredo los dedos en su pelo yacerco sus labios a los míos. Se queda tenso un momento mientras me abraza.—¿Por qué?—Le has dado la espalda con una facilidad asombrosa…Frunce el ceño.—¿Y crees que podría hacer lo mismo contigo, Ana? ¿Y por qué demonios piensas eso? ¿Qué te ha hechollegar a esta conclusión?—Nada. Bésame. Llévame a casa —le suplico.Sus labios tocan los míos y estoy perdida.—Oh, por favor —suplico cuando Christian me sopla con suavidad en el sexo.—Todo a su tiempo —murmura.Tiro de las esposas y gruño alto en protesta por este ataque carnal. Estoy atada con unas suaves esposas de

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