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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—No, está bien. ¿Por eso llevas chaleco salvavidas? —pregunto arqueando una ceja.—Sí.No puedo evitar reírme.—Veo que tiene mucha confianza en mis habilidades como conductora, señor Grey.—La misma de siempre, señora Grey.—Vale, no me des lecciones.Christian levanta las manos en un gesto defensivo, pero está sonriendo.—No me atrevería.—Sí, sí te atreverías y sí lo haces. Y aquí no podemos aparcar y ponernos a discutir en la acera.—Cuánta razón tiene, señora Grey. ¿Nos vamos a quedar aquí todo el día hablando de tu capacidad deconducción o nos vamos a divertir un rato?—Cuánta razón tiene, señor Grey.Cojo el manillar de la moto de agua y me subo. Christian sube detrás de mí y empuja con la pierna paraalejarnos del yate. Taylor y dos de los tripulantes nos miran divertidos. Mientras avanzamos flotando,Christian me rodea con los brazos y aprieta sus muslos contra los míos. Sí, eso es lo que a mí me gusta de estemedio de transporte… Meto la llave en el contacto y pulso el botón de encendido. El motor cobra vida con unrugido.—¿Preparado? —le grito a Christian por encima del ruido.—Todo lo que puedo estar —dice con la boca cerca de mi oído.Aprieto el acelerador con suavidad y la moto se aleja del Fair Lady demasiado tranquilamente para migusto. Christian me abraza más fuerte. Acelero un poco más y salimos disparados hacia delante. Me quedosorprendida y encantada de que no nos quedemos parados al poco tiempo.—¡Uau! —grita Christian desde detrás de mí y la euforia en su voz es evidente. Pasamos a toda velocidadjunto al yate en dirección a mar abierto. Estamos anclados frente a Saint-Laurent-du-Var y Niza. Elaeropuerto de Niza Costa Azul se ve en la distancia y parece construido en medio del Mediterráneo. He oídoel ruido de los aviones al aterrizar desde que llegamos anoche. Y ahora quiero echar un vistazo más de cerca.Vamos a toda velocidad hacia allí, saltando sobre las olas. Me encanta y estoy emocionada por queChristian me haya dejado conducir. Todas las preocupaciones que he sentido los últimos dos díasdesaparecen mientras surcamos el agua hacia el aeropuerto.—La próxima vez que hagamos esto, tendremos dos motos de agua —me grita Christian. Sonrío al pensaren hacer una carrera con él; suena emocionante.Mientras cruzamos el fresco mar azul en dirección a lo que parece el final de una pista de aterrizaje, elestruendo de un jet que pasa justo por encima de nuestras cabezas preparándose para aterrizar me sobresalta.Suena tan alto que me entra el pánico y giro bruscamente a la vez que aprieto el acelerador pensando que esel freno.—¡Ana! —grita Christian, pero es demasiado tarde. Salgo volando por encima de la moto con los brazos ylas piernas sacudiéndose en el aire, arrastrando a Christian conmigo y aterrizando con una salpicaduraespectacular.Entro en el mar cristalino gritando y trago una buena cantidad de agua del Mediterráneo. El agua está fría a

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