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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Me alegro mucho de oírlo —dice y me da un beso suave.Y no sé si es porque estamos en este ascensor, porque no me ha tocado en más de veinticuatro horas osimplemente porque se trata de mi atractivo marido, pero el deseo se despierta y se estira perezosamente en mivientre. Le paso los dedos por el pelo y hago el beso más profundo, apretándole contra la pared y pegando micuerpo caliente contra el suyo.Él gime dentro de mi boca y me coge la cabeza, acariciándome mientras nos besamos. Y nos besamos deverdad, con nuestras lenguas explorando el territorio tan familiar y a la vez tan nuevo de la boca del otro. Ladiosa que llevo dentro se derrite y saca a mi libido de su reclusión. Yo le acaricio esa cara que tanto quierocon las manos.—Ana —jadea.—Te quiero, Christian Grey. No lo olvides —le susurro mirándole a los ojos grises que se estánoscureciendo.El ascensor se para con suavidad y las puertas se abren.—Vámonos a ver a tu padre antes de que decida alquilar este ascensor hoy mismo. —Me da otro besorápido, me coge la mano y me lleva hasta el vestíbulo.Cuando pasamos ante el conserje, Christian le hace una discreta señal al hombre amable de mediana edadque hay detrás del mostrador. Él asiente y coge su teléfono. Miro inquisitivamente a Christian y él me dedicaesa sonrisa suya que me indica que guarda un secreto. Frunzo el ceño y durante un momento parece nervioso.—¿Dónde está Taylor? —le pregunto.—Ahora lo verás.Claro, seguro que ha ido a por el coche.—¿Y Sawyer?—Haciendo recados.¿Qué recados? Christian evita la puerta giratoria y sé que es porque no quiere soltarme la mano. Eso mealarma. Fuera nos encontramos con una mañana suave de finales de verano, pero se nota ya en la brisa elaroma del otoño cercano. Miro a mi alrededor buscando el Audi todoterreno y a Taylor. Pero no hay señal deellos. Christian me aprieta la mano y yo me giro hacia él. Parece nervioso.—¿Qué pasa?Él se encoge de hombros. El ronroneo del motor de un coche que se acerca me distrae. Es un sonidoronco… Me resulta familiar. Cuando me vuelvo para buscar la fuente del ruido, este cesa de repente. Taylorestá bajando de un brillante coche deportivo blanco que ha aparcado delante de nosotros.¡Oh, Dios mío! ¡Es un R8! Giro la cabeza bruscamente hacia Christian, que me mira expectante. «Puedesregalarme uno para mi cumpleaños. Uno blanco, creo.»—¡Feliz cumpleaños! —me dice y sé que está intentando evaluar mi reacción. Le miro con la boca abiertaporque eso es todo lo que soy capaz de hacer ahora mismo. Me da la llave.—Te has vuelvo completamente loco —le susurro.¡Me ha comprado un Audi R8! Madre mía. Justo como yo le pedí… Una enorme sonrisa inunda mi cara ydoy saltitos en el sitio donde estoy en un momento de entusiasmo absoluto y desenfrenado. La expresión deChristian es igual que la mía y voy bailando hacia los brazos que me tiende abiertos. Él me hace girar.

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