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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Pero ¿qué diablos has hecho? —exclama Christian.No puede evitar poner una expresión de horrorizada diversión. Se sienta en la cama de la suite del Brown’sHotel, cerca de Piccadilly, enciende la luz de la mesilla y me mira boquiabierto. Debe de ser medianoche. Mepongo del color de las sábanas del cuarto de juegos e intento tirar del camisón de seda para que no puedaverlo. Me coge la mano para detenerme.—¡Ana!—Me he… eh… afeitado.—Ya veo. Pero ¿por qué? —Está sonriendo de oreja a oreja.Me tapo la cara con las manos. ¿Por qué me da tanta vergüenza?—Oye —me dice bajito y me aparta la mano—, no te escondas. —Se está mordiendo el labio para noreírse—. Dime, ¿por qué? —Sus ojos bailan risueños. ¿Por qué le parece tan divertido?—No te rías de mí.—No me estoy riendo de ti. Lo siento, es que estoy… encantado —dice al fin.—Oh…—Dímelo. ¿Por qué?Inspiro hondo.—Esta mañana, cuando te fuiste a la reunión, me estaba duchando y empecé a pensar en todas tus normas.Él parpadea. Ha desaparecido el humor de su expresión y ahora me mira precavido.—Las estaba repasando una por una y preguntándome cómo me sentía acerca de cada una de ellas, y meacordé del salón de belleza y pensé… que esto es lo que a ti te gustaría. Pero no he podido reunir el corajepara hacérmelo con cera —confieso casi en un susurro.Se me queda mirando con los ojos brillantes, esta vez no de diversión por la locura que acabo de hacer,sino de amor.—Oh, Ana —dice en un jadeo. Se acerca y me besa con ternura—. Me tienes cautivado —murmura juntoa mis labios y me besa otra vez, cogiéndome la cara con las manos.Un momento después se aparta y se apoya en un codo. La diversión ha vuelto.—Creo que tengo que hacer una inspección exhaustiva de su trabajo, señora Grey.—¿Qué? ¡No! —¡Tiene que estar de coña! Me tapo para proteger esa zona recientemente deforestada.—Oh, no, Anastasia. —Me coge las manos y las aparta. Se acerca con agilidad y en un segundo lo tengoentre las piernas, agarrándome las manos junto a los costados. Me lanza una mirada ardiente que podríaprender fuego a la madera seca, se inclina y pega los labios a mi vientre desnudo para seguir bajandodirectamente hacia mi sexo. Me retuerzo contra su piel, resignada a mi destino—. Vamos a ver, ¿qué tenemosaquí? —Christian me da un beso en un sitio que hasta esta mañana estaba cubierto por el vello púbico y mearaña con la incipiente barba de su mentón.—¡Oh! —exclamo. Uau… qué sensible.Los ojos de Christian me miran con intensidad, llenos de una necesidad lujuriosa.—Creo que te has dejado un poquito —dice y tira suavemente del vello que hay en un punto bastante

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