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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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al señor Grey por eso. Podría haberme mandado a la cárcel.—No creo que quisiera hacer eso —le respondo.De repente se oye una repentina actividad fuera de la sala de reuniones y sé instintivamente que Christianestá en el edificio. Un momento después entra como una tromba por la puerta y la cierra tras de sí. Antes deque se cierre del todo mi mirada se cruza con la de Taylor, que está fuera, esperando pacientemente; su bocaes una fina línea y no me devuelve la sonrisa tensa que le dedico. Oh, maldita sea, él también está enfadadoconmigo.La mirada gris y furibunda de Christian me atraviesa primero a mí y después a Leila y nos deja a las dospetrificadas en las sillas. Tiene una expresión de determinación silenciosa, pero yo sé que no se siente así, ycreo que Leila también lo sabe. El frío amenazador de sus ojos es el que revela la verdad: emana rabia,aunque sabe esconderla bien. Lleva un traje gris con una corbata oscura aflojada y el botón superior de lacamisa desabrochado. Parece muy profesional y al mismo tiempo informal… y sexy. Tiene el peloalborotado, seguro que porque se ha estado pasando las manos por él, exasperado.Leila vuelve a bajar la vista nerviosamente al borde de la mesa mientras lo recorre con el dedo índice.Christian me mira a mí, después a ella y por fin a Prescott.—Tú —dice dirigiéndose a Prescott sin alterarse—. Estás despedida. Sal de aquí ahora mismo.Palidezco. Oh, no… Eso no es justo.—Christian… —Intento ponerme de pie.Levanta el dedo índice en forma de advertencia en mi dirección.—No —me dice en voz tan alarmantemente baja que me callo al instante y me quedo clavada en la silla.Prescott agacha la cabeza y sale caminando enérgicamente de la sala para reunirse con Taylor. Christiancierra la puerta tras ella y se acerca hasta el borde de la mesa. ¡No, no, no! Ha sido culpa mía. Christian sequeda de pie delante de Leila. Coloca las dos manos sobre la superficie de madera y se inclina hacia delante.—¿Qué coño estás haciendo tú aquí? —le pregunta en un gruñido.—¡Christian! —le reprendo, pero él me ignora.—¿Y bien? —insiste.Leila le mira con los ojos muy abiertos y la cara cenicienta; su anterior rubor ha desaparecido totalmente.—Quería verte y no me lo permitías —susurra.—¿Así que has venido hasta aquí para acosar a mi mujer?Sigue hablando muy bajo. Demasiado bajo.Leila vuelve a mirar la mesa.Él se yergue pero continúa con la vista fija en ella.—Leila, si vuelves a acercarte a mi mujer te quitaré todo mi apoyo económico. Ni médicos, ni escuela dearte, ni seguro médico… Todo, te lo quitaré todo. ¿Me comprendes?—Christian… —vuelvo a intentarlo, pero me silencia con una mirada gélida. ¿Por qué está siendo tan pocorazonable? Mi compasión por esa mujer crece.—Sí —responde con una voz apenas audible.—¿Qué está haciendo Susannah en recepción?—Ha venido conmigo.

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