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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Mierda. Debería irme. Entonces ella le dice algo y él se aparta, tocándole el brazo, no la mano. Está claroque no están unidos. Bien.—Paul, te presento a Christian Grey. Señor Grey, este es Paul Clayton, el hermano del dueño de la tienda.—Me dedica una mirada extraña que no comprendo y continúa—: Conozco a Paul desde que trabajo aquí,aunque no nos vemos muy a menudo. Ha vuelto de Princeton, donde estudia administración de empresas.El hermano del jefe, no su novio. Siento un alivio inmenso que no me esperaba y que hace que frunza elceño. Esta chica sí que me ha calado hondo…—Señor Clayton —saludo con un tono deliberadamente cortante.—Señor Grey. —Me estrecha la mano sin fuerza. Gilipollas y blando…—. Espera… ¿No será el famosoChristian Grey? ¿El de Grey Enterprises Holdings? —En un segundo veo como pasa de territorial a solícito.Sí, ese soy yo, imbécil.—Uau… ¿Puedo ayudarle en algo?—Se ha ocupado Anastasia, señor Clayton. Ha sido muy atenta. —Ahora lárgate.—Estupendo —dice obsequioso y con los ojos muy abiertos—. Nos vemos luego, Ana.—Claro, Paul —dice y él se va, por fin. Le veo desaparecer en dirección al almacén.—¿Algo más, señor Grey?—Nada más —murmuro. Mierda, me quedo sin tiempo y sigo sin saber si voy a volver a verla. Tengo quesaber si hay alguna posibilidad de que llegue a considerar lo que tengo en mente. ¿Cómo podríapreguntárselo? ¿Estoy listo para aceptar a una nueva sumisa, una que no sepa nada? Mierda. Va a necesitarmucho entrenamiento. Gruño para mis adentros al pensar en todas las interesantes posibilidades que esopresenta… Joder, entrenarla va a constituir la mitad de la diversión. ¿Le interesará? ¿O lo estoy interpretandotodo mal?Ella se dirige a la caja y marca todos los objetos. Todo el tiempo mantiene la mirada baja. ¡Mírame, malditasea! Quiero volver a ver esos preciosos ojos azules para saber qué estás pensando.Por fin levanta la cabeza.—Serán cuarenta y tres dólares, por favor.¿Eso es todo?—¿Quiere una bolsa? —me pregunta pasando al modo cajera cuando le doy mi American Express.—Sí, gracias, Anastasia. —Su nombre, un bonito nombre para una chica bonita, me acaricia la lengua.Mete los objetos con eficiencia en la bolsa. Ya está. Tengo que irme.—Ya me llamará si quiere que haga la sesión de fotos.Asiente y me devuelve la tarjeta.—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo irme así. Tengo que hacerle saber que me interesa—. Ah, unacosa, Anastasia… Me alegro de que la señorita Kavanagh no pudiera hacerme la entrevista. —Encantado porsu expresión asombrada, me cuelgo la bolsa del hombro y salgo de la tienda.Sí, aunque eso vaya en contra de mi buen juicio, la deseo. Ahora tengo que esperar… joder, esperar… otravez.

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