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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Ethan y tira de él hacia el interior de la casa. Christian mira con los ojos entornados a las dos figuras y fruncelos labios. Niega con la cabeza y se vuelve hacia mí.Kate deja escapar un silbido.—Bonito sitio.Miro a mi alrededor y veo a Elliot ayudando a Taylor con el equipaje. Vuelvo a preguntarme si Kate sabráque Gia ha colaborado en la reforma de este sitio.—¿Quieres una visita guiada? —me pregunta Christian. Lo que fuera que estuviera pensando acerca deMia y de Ethan ya no está; ahora irradia entusiasmo, ¿o será ansiedad? Es difícil saberlo.—Claro. —Otra vez me quedo impresionada por lo rico que es. ¿Cuánto le habrá costado esta casa? Y yono he contribuido con nada. Brevemente me veo transportada a la primera vez que me llevó al Escala. Mequedé alucinada. Ya te acostumbrarás, me recuerda mi subconsciente.Christian frunce el ceño pero me coge la mano y me va enseñando las habitaciones. La cocinamodernísima tiene las encimeras de mármol de color claro y los armarios negros. Hay una bodega de vinosincreíble y una enorme sala abajo con una gran tele de plasma, sofás comodísimos… y mesas de billar. Lasobservo boquiabierta y me ruborizo cuando Christian me mira.—¿Te apetece echar una partida? —me pregunta con un brillo malicioso en los ojos. Niego con la cabeza yél vuelve a fruncir el ceño. Me coge la mano otra vez y me lleva hasta el primer piso. Arriba hay cuatrodormitorios, cada uno con su baño incorporado.La suite principal es algo increíble. La cama es gigantesca, más grande que la que tenemos en casa, y estáfrente a un mirador desde el que se ve todo Aspen y a lo lejos las frondosas montañas.—Esa es Ajax Mountain… o Aspen Mountain, si te gusta más —dice Christian mirándome cauteloso. Estáde pie en el umbral con los pulgares enganchados en las trabillas para el cinturón de sus vaqueros negros.Yo asiento.—Estás muy callada —murmura.—Es preciosa, Christian. —De repente solo quiero volver al ático del Escala.En solo cinco pasos está justo delante de mí, me agarra la barbilla y con el pulgar me libera el labio inferiorque me estaba mordiendo.—¿Qué te ocurre? —me pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, examinándolos.—Tienes mucho dinero.—Sí.—A veces me sorprende darme cuenta de lo rico que eres.—Que somos.—Que somos —repito de forma automática.—No te agobies por esto, Ana, por favor. No es más que una casa.—¿Y qué ha hecho Gia aquí, exactamente?—¿Gia? —Arquea ambas cejas sorprendido.—Sí, ¿no fue ella quien remodeló esta casa?—Sí. Diseñó el salón del sótano. Elliot se ocupó de la construcción. —Se pasa la mano por el pelo y memira con el ceño fruncido—. ¿Por qué estamos hablando de Gia?

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