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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Quizá con este también —digo acariciándole el dedo corazón y volviendo a la palma—. Y con este. —Recorro con la uña su dedo anular—. Y definitivamente con esto —digo deteniéndome en su alianza—. Estoes muy sexy.—¿Lo es?—Claro. Porque dice: «Este hombre es mío». —Le rozo el pequeño callo que ya se le ha formado en lapalma junto al anillo. Él se inclina hacia mí y me coge la barbilla con la otra mano.—Señora Grey, ¿está intentando seducirme?—Eso espero.—Anastasia, ya he caído —me dice en voz baja—. Ven aquí. —Tira de mi mano para atraerme a suregazo—. Me gusta tener acceso ilimitado a ti. —Sube la mano por el muslo hasta mi culo. Me agarra la nucacon la otra mano y me besa, agarrándome con fuerza.Sabe a vino blanco, a tarta de manzana y a Christian. Le paso los dedos por el pelo, sujetándole contra mí,mientras nuestras leguas exploran y se enroscan la una contra la otra. La sangre se me calienta en las venas.Estoy sin aliento cuando Christian se aparta.—Vamos a la cama —murmura contra mis labios.—¿A la cama?Se separa un poco y me tira del pelo para que levante la vista para mirarle.—¿Dónde prefiere usted, señora Grey?Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.—Sorpréndeme.—Te veo guerrera esta noche —dice acariciándome la nariz con la suya.—Tal vez necesito que me aten.—Tal vez sí. Te estás volviendo mandona con la edad. —Entorna los ojos pero no puede esconder elhumor latente en su voz.—¿Y qué vas a hacer al respecto? —le desafío.Le brillan los ojos.—Sé lo que me gustaría hacer, pero depende de lo que tú puedas soportar.—Oh, señor Grey, ha sido usted muy dulce conmigo estos dos últimos días. Y no estoy hecha de cristal,¿lo sabía?—¿No te gusta que sea dulce?—Claro que sí. Pero ya sabes… la variedad es la sal de la vida —le digo aleteando las pestañas.—¿Quieres algo menos dulce?—Algo que me recuerde que estoy viva.Arquea ambas cejas por la sorpresa.—Que me recuerde que estoy viva… —repite, asombrado y con un tono de humor en su voz.Asiento. Él me mira durante un momento.—No te muerdas el labio —me susurra y de repente se pone de pie conmigo en sus brazos. Doy un respigoy me agarro a sus bíceps porque temo caerme. Él camina hasta el más pequeño de los tres sofás y me depositaahí—. Espera aquí. Y no te muevas. —Me lanza una mirada breve, excitante e intensa y se vuelve para

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