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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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desaparece.—¿Por qué no me dijiste anoche que te dolía la mano?—Mmm… Anoche apenas me di cuenta. Y ahora está bien.Sus ojos se suavizan y eleva la comisura de la boca.—¿Cómo te encuentras?—Mejor de lo que merezco.—Tiene usted una buena derecha, señora Grey.—Será mejor que no se le olvide, señor Grey.—¿Ah, sí? —De repente rueda para quedar completamente encima de mí, apretándome contra el colchón ysujetándome las muñecas sobre la cabeza mientras me mira—. Podemos tener una pelea cuando usted quiera,señora Grey. De hecho, traerte por la fuerza a la cama es una fantasía que tengo. —Me da un beso en lagarganta.¿Qué?—Creo que eso ya lo has hecho alguna vez. —Doy un respingo cuando me muerde el lóbulo de la oreja.—Mmm… Pero sería mejor si opusieras más resistencia —susurra mientras me acaricia la mandíbula con lanariz.¿Resistencia? Me quedo quieta. Él para, me suelta las manos y se apoya en los codos.—¿Quieres que me resista? ¿Aquí? —le susurro intentando ocultar la sorpresa. Vale… el shock. Asientecon los ojos entrecerrados pero cautos mientras intenta evaluar mi reacción—. ¿Ahora?Él se encoge de hombros y veo que la idea pasa fugazmente por su cabeza. Me dedica su sonrisa tímida yasiente otra vez, muy despacio.Oh, Dios mío… Está tenso, tumbado encima de mí, y su creciente erección se está clavandotentadoramente en mi carne suave y necesitada, distrayéndome. ¿De qué va esto? ¿Peleas? ¿Fantasías? ¿Meva a hacer daño? La diosa que llevo dentro niega con la cabeza… No lo haría. Nunca.—¿Era eso lo que querías decir con lo de hacerte pagar el enfado en la cama?Asiente otra vez; su mirada sigue siendo precavida.Mmm… Mi <strong>Cincuenta</strong> quiere pelea.—No te muerdas el labio —me ordena.Obedientemente mis dientes sueltan el labio.—Creo que me tiene en situación de desventaja, señor Grey.Agito las pestañas y me retuerzo provocativamente bajo su cuerpo. Esto puede ser divertido.—¿En desventaja?—Ya me tienes donde querías tenerme.Sonríe burlón y aprieta su entrepierna contra la mía otra vez.—Cierto, señora Grey —susurra y me da un beso en los labios.De repente se mueve, arrastrándome con él, y rueda hasta que quedo a horcajadas sobre su cuerpo. Leagarro las manos, sujetándoselas a ambos lados de la cabeza, e ignoro el dolor de mi mano. Mi pelo caeformando un velo castaño a nuestro alrededor y yo muevo la cabeza para que las puntas le hagan cosquillasen la cara. Aparta la cara pero no intenta detenerme.

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