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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—¿Qué ha pasado? ¿Sabéis cómo está? ¿Qué le están haciendo?José levanta las manos para detener mi avalancha de preguntas y se sienta a mi lado.—No sabemos nada. Ray, papá y yo íbamos a pescar a Astoria. Nos arrolló un jodido imbécil borracho…El señor Rodríguez intenta interrumpir para volver a disculparse.—¡Cálmate, papá! —le dice José—. Yo no tengo nada, solo un par de costillas magulladas y un golpe enla cabeza. Papá… bueno, se ha roto la muñeca y el tobillo. Pero el coche impactó contra el lado delacompañante, donde estaba Ray.Oh, no. No… El pánico me inunda el sistema límbico. No, no, no… Me estremezco al pensar lo que estarápasando en el quirófano.—Lo están operando. A nosotros nos llevaron al hospital comunitario de Astoria, pero a Ray lo trajeron enhelicóptero hasta aquí. No sabemos lo que le están haciendo. Estamos esperando que nos digan algo.Empiezo a temblar.—Ana, ¿tienes frío?Asiento. Llevo una camisa blanca sin mangas y una chaqueta negra de verano, y ninguna de las dosprendas abriga demasiado. Con mucho cuidado, José se quita la chaqueta de cuero y me envuelve loshombros con ella.—¿Quiere que le traiga un té, señora? —Sawyer aparece a mi lado. Asiento agradecida y él sale de lahabitación.—¿Por qué ibais a pescar a Astoria? —les pregunto.José se encoge de hombros.—Se supone que allí hay buena pesca. Íbamos a pasar un fin de semana de tíos. Quería disfrutar un pocode tiempo con mi viejo padre antes de volver a la academia para cursar el último año. —Los ojos de Joséestán muy abiertos y llenos de miedo y arrepentimiento.—Tú también podrías haber salido herido. Y el señor Rodríguez… podría haber sido peor. —Trago salivaante esa idea. Mi temperatura corporal baja todavía más y vuelvo a estremecerme. José me coge la mano.—Dios, Ana, estás helada.El señor Rodríguez se inclina hacia delante y con su mano sana me coge la otra.—Ana, lo siento mucho.—Señor Rodríguez, por favor… Ha sido un accidente —Mi voz se convierte en un susurro.—Llámame José —me dice. Le miro con una sonrisa débil, porque es todo lo que puedo conseguir.Vuelvo a estremecerme.—La policía se ha llevado a ese gilipollas a la cárcel. Las siete de la mañana y el tipo ya estaba totalmenteborracho —dice José entre dientes con repugnancia.Sawyer vuelve a entrar con una taza de papel con agua caliente y una bolsita de té. ¡Sabe cómo tomo el té!Me sorprendo y me alegra la distracción. El señor Rodríguez y José me sueltan las manos y yo cojo la tazaagradecida de manos de Sawyer.—¿Alguno de ustedes quiere algo? —les pregunta Sawyer al señor Rodríguez y a José. Ambos niegan conla cabeza y Sawyer vuelve a sentarse en el rincón. Sumerjo la bolsita de té en el agua y después la saco,todavía temblorosa, para tirarla en una pequeña papelera.

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