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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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doctora Singh y dos residentes entran en la habitación.Después de un exhaustivo examen, la doctora Singh declara que estoy lo bastante bien para irme a casa.Christian suspira de alivio.—Señora Grey, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la apariciónde visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.Cuando la doctora Singh se va, Christian le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en elpasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.—Sí, señor Grey, no hay problemaÉl sonríe y vuelve a la habitación más feliz.—¿De qué iba eso?—De sexo —me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.Oh. Me ruborizo.—¿Y?—Estás en perfectas condiciones para eso. —Vuelve a sonreír.¡Oh, Christian!—Tengo dolor de cabeza —le digo respondiéndole con otra sonrisa.—Lo sé. Nos mantendremos al margen por un tiempo, pero quería estar seguro.¿Al margen? Frunzo el ceño ante la punzada momentánea de decepción que siento. No estoy segura dequerer que estemos al margen.La enfermera Nora viene para quitarme el gotero. Atraviesa a Christian con la mirada. Creo que, de todaslas mujeres que he conocido, ella es una de las pocas que es inmune a sus encantos. Le doy las graciascuando se va con el gotero.—¿Quieres que te lleva a casa? —me pregunta Christian.—Quiero ver a Ray primero.—Claro.—¿Sabe lo del bebé?—Creí que querrías contárselo tú. Tampoco se lo he contado a tu madre.—Gracias. —Le sonrío, agradecida de que no me haya estropeado el momento de la revelación.—Mi madre sí lo sabe —añade—. Vio tu historial. Se lo he dicho a mi padre, pero a nadie más. Mi madredice que las parejas suelen esperar doce semanas más o menos… para estar seguros. —Se encoge dehombros.—No sé si estoy lista para decírselo a Ray.—Tengo que avisarte: está enfadadísimo. Me dijo que debía darte unos azotes.¿Qué? Christian ríe ante mi expresión asombrada.—Le dije que estaría encantado de hacerlo.—¡No! —digo con horror, aunque un eco de esa conversación en susurros vuelve lejanamente a mimemoria. Sí, Ray estuvo aquí mientras yo estaba inconsciente…

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