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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Sí, por favor. La acompaño, señorita Steele.Sale de detrás del mostrador y señala uno de los pasillos. Lleva unas zapatillas Converse. Sin darme cuentame pregunto qué tal le quedaría unos tacones de vértigo. Louboutins… Nada más que Louboutins.—Están con los artículos de electricidad, en el pasillo número ocho. —Le tiembla la voz y se sonroja…otra vez.Le afecto. La esperanza nace en mi pecho. No es gay. Sonrío para mis adentros.—La sigo —murmuro y extiendo la mano para señalarle que vaya delante. Si ella va delante tengo tiempoy espacio para admirar ese culo fantástico. La verdad es que lo tiene todo: es dulce, educada y bonita, contodos los atributos físicos que yo valoro en una sumisa. Pero la pregunta del millón de dólares es: ¿podría seruna sumisa? Seguro que no sabe nada de ese estilo de vida (mi estilo de vida), pero me encantaría introducirlaen ese mundo. Te estás adelantando mucho, Grey.—¿Ha venido a Portland por negocios? —pregunta interrumpiendo mis pensamientos. Habla en voz alta,intentando fingir desinterés. Hace que tenga ganas de reír; es refrescante. Las mujeres no suelen hacerme reír.—He ido a visitar el departamento de agricultura de la universidad, que está en Vancouver —miento. Dehecho he venido a verla a usted, señorita Steele.Ella se sonroja y yo me siento fatal.—En estos momentos financio una investigación sobre rotación de cultivos y ciencia del suelo. —Eso escierto, por lo menos.—¿Forma parte de su plan para alimentar al mundo? —En sus labios aparece una media sonrisa.—Algo así —murmuro. ¿Se está riendo de mí? Oh, me encantaría quitarle eso de la cabeza si es lo quepretende. Pero ¿cómo empezar? Tal vez con una cena en vez de la entrevista habitual. Eso sí que sería unanovedad: llevar a cenar a un proyecto de sumisa…Llegamos a donde están las bridas, que están clasificadas por tamaños y colores. Mis dedos recorren lospaquetes distraídamente. Podría pedirle que salgamos a cenar. ¿Como si fuera una cita? ¿Aceptaría? Cuandola miro, ella se está observando los dedos entrelazados. No puede mirarme… Prometedor. Escojo las bridasmás largas. Son las que más posibilidades tienen: pueden sujetar dos muñecas o dos tobillos a la vez.—Estas me irán bien —murmuro y ella vuelve a sonrojarse.—¿Algo más? —pregunta apresuradamente. O está siendo muy eficiente o está deseando que me vaya dela tienda, una de dos, no sabría decirlo.—Quisiera cinta adhesiva.—¿Está decorando su casa?Reprimo una risa.—No, no estoy decorándola. —Hace un siglo que no cojo una brocha. Pensarlo me hace sonreír; tengogente para ocuparse de toda esa mierda.—Por aquí —murmura y parece disgustada—. La cinta para pintar está en el pasillo de la decoración.Vamos, Grey. No tienes mucho tiempo. Entabla una conversación.—¿Lleva mucho tiempo trabajando aquí? —Ya sé la respuesta, claro. A diferencia del resto de la gente, yoinvestigo de antemano. Vuelve a ruborizarse… Dios, qué tímida es esta chica. No tengo ninguna oportunidadde conseguir lo que quiero. Se gira rápidamente y camina por el pasillo hacia la sección de decoración. Yo la

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