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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Bien. Nos ha hecho pasar una temporada muy difícil a mi marido y a mí.—He hablado largo y tendido con el señor Grey esta mañana. Está muy aliviado. Un hombre interesante sumarido.No se hace una idea…—Sí, creo que así es. —Le sonrío educadamente y él entiende que con eso ha acabado aquí.—Si se le ocurre algo más, llámeme. Tome mi tarjeta. —Saca con dificultad una tarjeta de la cartera y mela pasa.—Gracias, detective. Lo haré.—Que tenga un buen día, señora Grey.—Igualmente.Cuando se va me pregunto de qué irán a acusar a Hyde. Seguro que Christian no me lo dice. Frunzo loslabios.Volvemos en coche en silencio al Escala. Sawyer es el que conduce esta vez y Prescott va a su lado. Elcorazón se me va cayendo poco a poco a los pies conforme nos acercamos. Sé que Christian y yo vamos atener una gran pelea y no sé si tengo fuerzas.Cuando subo en el ascensor desde el garaje con Prescott a mi lado, intento poner en orden mispensamientos. ¿Qué es lo que quiero decir? Creo que ya se lo he dicho todo en el correo. Tal vez ahora él medé algunas respuestas. Eso espero. No puedo controlar mis nervios. El corazón me late con fuerza, tengo laboca seca y me sudan las manos. No quiero pelear. Pero a veces él se pone difícil y yo necesito mantenermefirme.Las puertas del ascensor se abren y aparece el vestíbulo, otra vez en perfecto orden. La mesa está de pie ytiene un jarrón nuevo encima con un precioso ramo de peonías rosa pálido y blanco. Echo un vistazo rápido alos cuadros según vamos pasando: las madonas parecen todas intactas. Ya han arreglado la puerta delvestíbulo que estaba rota y vuelve a cumplir su función; Prescott me la abre amablemente para que pase. Haestado muy callada todo el día. Creo que me gusta más así.Dejo el maletín en el pasillo y me encamino al salón, pero me paro en seco al entrar. Oh, vaya…—Buenas noches, señora Grey —dice Christian con voz suave. Está de pie junto al piano vestido con unacamiseta negra ajustada y unos vaqueros… «Esos» vaqueros, los que normalmente lleva en el cuarto dejuegos. Madre mía. Son unos vaqueros claros muy lavados, ceñidos y con un roto en la rodilla, que le quedande muerte. Se acerca a mí descalzo, con el botón superior de los vaqueros desabrochado y los ojos ardientesque me miran fijamente.—Que bien que ya estés en casa. Te estaba esperando.

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