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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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9Cuando me despierto antes de que suene el despertador a la mañana siguiente, Christian está enroscadosobre mi cuerpo como una planta de hiedra: la cabeza sobre mi pecho, el brazo alrededor de mi cintura yuna pierna entre las mías. Además está en mi lado de la cama. Siempre pasa lo mismo. Si discutimos la nocheanterior, así es como acaba: retorcido sobre mi cuerpo, dándome calor y restringiéndome los movimientos.Oh, <strong>Cincuenta</strong>… Tiene tantas necesidades a ese nivel. Quién lo habría creído… La imagen de Christiancomo un niño sucio y desgraciado me viene a la mente. Le acaricio el pelo más corto y mi melancolía se vadesvaneciendo. Él se mueve y sus ojos somnolientos se encuentran con los míos. Parpadea un par de vecesmientras se va despertando.—Hola —susurra y sonríe.—Hola. —Me encanta ver esa sonrisa por la mañana.Me acaricia los pechos con la nariz y emite un sonido de satisfacción desde el fondo de su garganta. Sumano va bajando desde mi cintura por encima de la fresca seda de mi camisón.—Eres un bocado tentador —susurra—. Pero por muy tentadora que seas —dice mirando el despertador—, tengo que levantarme. —Se estira, se desenreda de mi cuerpo y se levanta.Yo me tumbo, pongo las manos detrás de la cabeza y disfruto del espectáculo: Christian desnudándosepara meterse en la ducha. Es perfecto. No le cambiaría ni un pelo de la cabeza.—¿Admirando la vista, señora Grey? —Christian arquea una ceja burlona.—Es que es una vista terriblemente bonita, señor Grey.Sonríe y me tira los pantalones del pijama, que casi aterrizan en mi cara pero consigo cogerlos en el aire atiempo, riendo como una colegiala. Con una sonrisa perversa aparta el edredón, pone una rodilla en la cama,me coge los tobillos y tira de mí haciendo que se me suba el camisón. Chillo mientras él va subiendo por micuerpo, dándome besos desde la rodilla, por el muslo, siguiendo por… Oh, Christian…—Buenos días, señora Grey —me saluda la señora Jones. Me ruborizo, avergonzada al recordar suencuentro con Taylor que presencié anoche.—Buenos días —le respondo. Ella me pasa una taza de té. Me siento en un taburete al lado de mi marido,que está radiante: recién duchado, con el pelo húmedo, una camisa blanca recién planchada y la corbata grisplateado. Mi corbata favorita. Tengo muy buenos recuerdos de esa corbata.—¿Qué tal está, señora Grey? —me pregunta con la mirada tierna.—Creo que ya lo sabe, señor Grey —le digo mirándole a través de las pestañas.Él sonríe.—Come —me ordena—. Casi no cenaste ayer.¡Oh, mi <strong>Cincuenta</strong>, siempre tan mandón!—Eso es porque tú estabas siendo petulante.

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