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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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desesperadamente que mi tono sea despreocupado.—Tal vez debería conducir yo ahora.—La verdad es que no creo que sea capaz ahora mismo de salir del coche para dejar que te sientes aquí.Mis piernas se han convertido en gelatina. —De repente me estremezco y me pongo a temblar.—Es la adrenalina, nena —me explica—. Lo has hecho increíblemente bien. Me has dejado sin palabras,Ana. Nunca me decepcionas.Me acaricia la mejilla con el dorso de la mano con una expresión llena de amor, miedo, arrepentimiento…Tantas emociones a la vez… Sus palabras son mi perdición. Abrumada, un sollozo estrangulado escapa de migarganta cerrada y empiezo a llorar.—No, nena, no. Por favor, no llores. —Se estira y, a pesar del espacio reducido, tira de mí para pasarmepor encima del freno de mano y ponerme acurrucada sobre su regazo. Me acaricia el pelo y me lo aparta de lacara para besarme los ojos y las mejillas y yo lo abrazo y sigo sollozando quedamente contra su cuello. Élhunde la nariz en mi pelo y también me abraza fuerte. Nos quedamos allí sentados, sin decir nada, soloabrazándonos.La voz de Sawyer nos sobresalta.—El Sudes ha reducido la velocidad delante del Escala. Está examinando la intersección.—Síguele —ordena Christian.Me limpio la nariz con el dorso de la mano e inspiro hondo para calmarme.—Utiliza mi camisa para limpiarte. —Christian me besa en la sien.—Lo siento —murmuro avergonzada por llorar.—¿Por qué? No tienes nada que sentir.Vuelvo a limpiarme la nariz. Me coge la barbilla y me da un beso suave en los labios.—Cuando lloras tienes los labios muy suaves. Mi esposa, tan bella y tan valiente… —me dice en unsusurro.—Bésame otra vez.Christian se queda quieto con una mano en mi espalda y otra sobre mi culo.—Bésame —jadeo y veo cómo separa los labios a la vez que inspira bruscamente. Se inclina sobre mí,levanta la BlackBerry del soporte y la tira al asiento del conductor, junto a mis pies enfundados en sandalias.Después pone su boca sobre la mía, hunde la mano derecha entre mi pelo y con la izquierda me coge la cara.Su lengua me invade la boca y yo lo agradezco. La adrenalina se convierte en lujuria que me despierta elcuerpo. Le sujeto el rostro y paso los dedos sobre sus patillas, disfrutando de su sabor. Gruñe bajo y gravedesde el fondo de la garganta ante mi apasionada respuesta y a mí se me tensa el vientre por el deseo quesiento. Su mano recorre mi cuerpo, rozándome el pecho, la cintura y bajando por mi culo. Me muevo unpoco.—¡Ah! —exclama y se separa de mí sin aliento.—¿Qué? —le susurro junto a los labios.—Ana, estamos en un aparcamiento en medio de Seattle.—¿Y qué?—Que ahora mismo tengo muchas ganas de follarte y tú estás intentando encontrar postura encima de mí…

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