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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Vale —susurro un poco avergonzada y hago lo que me pide. La doctora le pone un preservativo a lasonda y lo lubrica con un gel transparente.—Señora Grey, relájese.¿Relajarme? ¡Maldita sea, estoy embarazada! ¿Cómo espera que me relaje? Me ruborizo e intento pensaren un lugar relajante, que acaba de reubicarse cerca de la isla perdida de la Atlántida.Lentamente la doctora va introduciendo la sonda.Madre mía.Todo lo que soy capaz de ver en la pantalla es una imagen borrosa, aunque de un color más bien sepia.Muy despacio, la doctora Greene mueve un poco el instrumento. Es muy desconcertante.—Ahí está —murmura mientras pulsa un botón para congelar la imagen de la pantalla. Me señala unapequeña cosa en esa tormenta sepia.Solo es una cosita. Una cosita en mi vientre. Diminuta. Uau. Olvido mi incomodidad y me quedomirándola.—Es demasiado pronto para ver el latido del corazón, pero sí, definitivamente está embarazada. De cuatroo cinco semanas, diría yo. —Frunce el ceño—. Parece que el efecto de la inyección se pasó pronto. Bueno, aveces ocurre…Estoy demasiado asombrada para decir nada. El pequeño bip es un bebé. Un bebé de verdad. El bebé deChristian. Mi bebé. Madre mía. ¡Un bebé!—¿Quiere que le imprima la imagen para que se la pueda llevar?Asiento, todavía incapaz de hablar, y la doctora Greene pulsa otro botón. Después retira con cuidado lasonda y me da una toallita de papel para limpiarme.—Felicidades, señora Grey —me dice cuando me incorporo—. Tendremos que concertar otra cita, lesugiero que dentro de otras cuatro semanas. Así podremos asegurarnos del tiempo exacto que tiene el bebé yestablecer la fecha en que saldrá de cuentas. Ya puede vestirse.—Vale.Me visto deprisa. Mi mente es un torbellino. Tengo un bip, un pequeño bip. Cuando salgo de detrás delbiombo, la doctora Greene ya ha vuelto a su mesa.—Mientras, quiero que empiece con un ciclo de ácido fólico y vitaminas prenatales. Aquí tiene un folletode las cosas que puede hacer y las que no.Me da una caja de pastillas y un folleto y sigue hablándome, pero no la estoy escuchando. Estoyconsternada. Abrumada. Creo que debería estar feliz. Aunque también creo que debería tener treinta… por lomenos. Es muy pronto… demasiado pronto. Intento sofocar la sensación de pánico creciente.Me despido educadamente de la doctora Greene y vuelvo a la salida. Cruzo las puertas y me encuentro conla fresca tarde de otoño. De repente siento un frío que me cala hasta los huesos y un mal presentimiento quenace de lo más hondo de mi ser. Christian se va a poner como una fiera, lo sé, pero soy incapaz de predecirhasta qué punto. Sus palabras se repiten en mi cabeza: «No estoy preparado para compartirte todavía». Mecierro aún más la chaqueta intentando quitarme ese frío.Sawyer salta del todoterreno y me abre la puerta. Frunce el ceño al ver mi cara, pero ignoro su expresiónpreocupada.

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