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La bruja negra

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El suelo está frío y arenoso, huele a suelas de botas y me duelen las manos del

impacto. Me quedo allí tendida un momento sintiéndome avergonzada.

Una mano fuerte me sujeta del brazo y me levanta sin esfuerzo.

Alzo la cabeza y me encuentro con los ojos más cautivadores que he visto en mi

vida, incluso más que los de las selkies de Valgard. Son ambarinos y brillan de un

modo inhumano que parece casi feroz.

Los ojos pertenecen a un joven esbelto con el pelo rubio que viste con sencillos

tonos tierra. Su relajada y amigable expresión contrasta con la ferocidad de sus ojos.

—¿Estás bien? —me pregunta con amabilidad.

—Sí. Gracias —contesto con el corazón acelerado. Me vuelvo para mirar con qué

he tropezado. El pasillo está vacío. Miro a Fallon, que me está observando con una

sonrisa maliciosa, y entonces siento una punzada de alarma.

Lo ha hecho ella. Me ha hecho tropezar.

Fallon sonríe todavía con más ganas cuando ve el creciente pánico que se dibuja

en mi rostro.

Me vuelvo hacia el joven desconocido sintiéndome muy agradecida.

—Suéltala —le ordena Echo fulminándolo con la mirada—. Yo la ayudaré el

resto del camino.

Veo un destello de dolor en sus ojos justo antes de adoptar una expresión

ofendida. Me suelta enseguida.

Echo me coge y tira de mí con decisión.

—Pero si me ha ayudado… —susurro con un tono acusador mientras ella tira de

mí con firmeza—. ¿Qué pasa? ¿Quién es?

Echo me lanza una mirada cortante.

—Es uno de los lupinos.

Sorprendida, vuelvo a mirar hacia donde está aquel extraño joven rodeado de

celtas. Me dedica una sonrisita, lo que alivia mi alarma y me provoca curiosidad.

Junto a él hay una preciosa chica rubia, ataviada con ropa muy sencilla y con los

mismos ojos ambarinos tan salvajes. Aguarda allí sentada con actitud de pertenecer a

la realeza, con la barbilla bien alta, y me mira con un desdén que no se molesta en

esconder.

Los gemelos lupinos.

Recuerdo los rumores absurdos, aquellas sorprendentes historias sobre desnudez

y apareamiento en público. Eso de que los lupinos acechaban a cualquier mujer a la

que pudieran ponerle las manos encima. Vuelvo a mirar a los dos jóvenes y me

pregunto si habrá alguna verdad en todo eso. Siento mucha curiosidad por ellos, pero

también noto una punzada de culpabilidad por estar pensando en esas indecencias.

Al final llegamos a nuestro asiento y Echo me guía, para mi gran alivio, hasta el

que hay entre ella y Aislinn Greer.

Cuando me siento, Aislinn me rodea con el brazo y me da un montón de papeles.

—¿Qué es esto? —le pregunto aceptándolos.

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