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La bruja negra

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Una mano fuerte me agarra del brazo. Me sobresalto asustada y me encuentro con

Lukas, que me está gritando algo. Cierro los ojos con fuerza y niego con la cabeza

desesperada por recomponerme, por recuperar el sentido. Vuelvo a abrir los ojos

cuando el ruido de mi alrededor vuelve a mí como un rugido, como si se acabara de

abrir una presa.

—¡Hay otro! —le grito a Lukas señalando hacia el callejón.

Lukas desenvaina la varita y la apunta en la dirección que le he indicado. De la

punta de la varita brota una luz azul verdosa y explota en el callejón. Incinera las

paredes de los edificios que hay a ambos lados y se oye una intensa explosión que me

provoca un dolor en los oídos.

Lukas les grita a los guardias mientras otros cuatro Magos corren hacia nosotros

varitas en mano y con sus capas salpicadas de franjas plateadas.

Lukas aúlla órdenes y todos los Magos corren hacia el callejón.

—¿Te han hecho daño? —me grita justo cuando los cielos se abren y empieza a

llover a cántaros.

El agua se mezcla con la sangre de los ícaros formando violentos charcos oscuros.

Asiento y Lukas me ayuda a levantarme. Me rodea por la cintura con su fuerte brazo

mientras, con la otra mano, sigue empuñando la espada manchada de sangre. Yo me

agarro la muñeca palpitante y él me lleva hasta el otro extremo de la plaza.

Los relámpagos nos rodean mientras nosotros corremos hacia la catedral. Los

soldados se despliegan por la plaza y una pequeña multitud de gardnerianos, entre los

que se encuentran mi tía y Echo Flood, nos miran desde las puertas abiertas con

expresiones horrorizadas.

Marcus Vogel está entre ellos, es el ojo impertérrito del huracán.

Y el pájaro, el pájaro blanco está posado sobre la puerta en un saliente techado,

tan inmóvil como las estatuas que adornan la catedral.

Y me está observando.

Lukas se pasea por la habitación como si fuera un animal enjaulado y me mira de vez

en cuando con los dientes apretados, la cara roja y el ceño fruncido con actitud de

iracunda impaciencia. Está tan empapado de agua y sangre como yo, y lleva la espada

envainada en el costado. Deja de pasear un momento cuando entra uno de los

guardias de mi tía para hablar con él, y conversan tan flojo que no consigo escuchar

lo que dicen. Lukas tiene la mano apoyada en la cadera mientras habla con el otro

hombre, los dos están tensos, y el otro adopta una actitud de subordinado mientras

Lukas le da una serie de órdenes. El guardia asiente y se marcha con una seria

expresión decidida en el rostro.

Estoy sentada en una silla de madera de la catedral en el santuario del sacerdote

Vogel, no consigo dejar de temblar, me siento mareada y asustada, y estoy rodeada de

sacerdotes ataviados con sus respectivas sotanas negras.

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