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La bruja negra

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—Dioses… ¿quién le ha hecho esto?

—El entrenador de dragones Damion Bane —le explica Trystan a Tierney

desenvainando la varita y apuntando con ella distintos puntos de la jaula, se ha puesto

muy serio—. Y me parece que ya va siendo hora de que acabemos con esto.

Andras levanta el hacha.

Todos retrocedemos cuando Trystan murmura el hechizo de congelación.

De la punta de la varita sale una ráfaga de luz azul que impacta contra los barrotes

de la jaula, los rodea haciendo una espiral y consigue que el acero élfico se ponga de

un color blanco azulado y los cubra con una fina capa de escarcha. Trystan aguarda

algunos minutos antes de repetir el hechizo, y la luz aumenta de intensidad.

Cuando el hechizo desaparece, Trystan da un paso atrás y mira la varita con

frustración.

—No funciona. Tienen que enfriarse hasta ponerse blancos. Los barrotes… quizá

sean demasiado gruesos.

—Inténtalo otra vez —le animo—. La segunda vez te ha salido con más

intensidad. Igual solo necesitas ir probando.

Trystan respira hondo, asiente, se recoloca y vuelve a recitar el hechizo. La

escarcha vuelve a aumentar y el acero se pone azul. Trystan se pone muy tenso

mientras mantiene el hechizo. Se pone a temblar y se le empieza a doblar la varita.

Yo me acerco para sostenerlo.

En cuanto le pongo la mano en la espalda noto un zumbido muy caliente que me

recorre todo el cuerpo. El hechizo de Trystan multiplica su intensidad. La pequeña

espiral azul se transforma en una elipse gigante de luz de color zafiro que rodea toda

la jaula. Y entonces toda la estructura de acero se pone tan traslúcida como el cristal.

Vemos otra explosión de luz y yo reculo de golpe, oímos un crujido ensordecedor

y la elipse de luz se va hacia atrás. Noto el impacto de una oleada de aire gélido que

por poco me tira al suelo.

Abro mis pestañas congeladas justo a tiempo de ver cómo los barrotes de la jaula

se ponen blancos como la nieve y después se hacen añicos, los pedazos de metal

congelado chocan los unos con los otros, y el sonido es como si un millón de

lámparas de cristal impactaran contra el suelo de piedra al mismo tiempo.

Antes de que podamos hablar, el crujido resuena por el bosque una y otra vez, y

lo percibimos tanto cerca como lejos.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta preocupado Tierney con un hilillo de voz.

—Parecía el ruido de otras jaulas rompiéndose —contesta Trystan con cautela—.

Pero… no puede ser…

—¿Cuántos dragones hay en esta base? —pregunta Cael con la mirada muy seria.

Trystan traga saliva con fuerza antes de contestar.

—Ciento veintitrés.

Rafe se vuelve hacia Cael.

—¿Qué crees que podrían hacer?

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