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La bruja negra

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Coge mi túnica y rompe los costados de un tirón.

Incluso en mi estado, me parece un poco extraño.

—¿Qué estás haciendo?

Se detiene.

—¿Confías en mí?

Me está mirando fijamente.

Asiento, me noto la cabeza muy ligera, como si pudiera salir flotando hacia el

cielo en cualquier momento.

Yvan desliza las manos por la tela rota y se abre paso con sus habilidosos dedos.

Me pasa una mano por detrás de la espalda y me coloca la otra sobre el pecho.

Se me escapa un pequeño y lánguido suspiro.

—Estás tan calentito…

—Silencio —me dice con un tono tranquilizador—. Cierra los ojos.

Le obedezco mientras me sube la mano por el pecho con mucho cuidado. El calor

que irradian sus dedos fluye por mi cuerpo y me recorre entera. El mareo va

desapareciendo a medida que aumenta el calor, cada vez respiro mejor, y los largos

cortes que tengo en la espalda ya son solo un hormigueo.

Abro los ojos y le miro fijamente, vuelvo a ver con claridad, el dolor ha

desaparecido. Está muy cerca de mí y sus cuidados son como la caricia de un amante.

Quizá advierte el cambio, porque la caricia de Yvan se torna vacilante y más

ligera. Me quita las manos de encima y se aparta. Parpadeo y veo que su expresión

seria se vuelve, por un momento, infantil e insegura. Me mira la pierna y después

aparta la vista.

Me sorprende que la cabeza ya no me dé vueltas. Tengo la falda subida hasta los

muslos, y ya solo hay una cicatriz rosada donde antes había una herida abierta. Me

miro la pierna sorprendida, la sangre que hay en el suelo de la cueva y en las manos y

los antebrazos de Yvan son la prueba de que no me he imaginado nada de toso esto.

Yvan se acerca a Rhys, que está desmoronado contra la pared. Cael le está

cortando la túnica con un cuchillito. Rhys tiene el torso lleno de cortes y una de las

mangas marfileñas empapada de sangre, el brazo le cuelga de una forma extraña.

Ariel está inclinada sobre el dragón inconsciente y le está colocando bien el ala

rota. Wynter le ha puesto las manos sobre el costado. El pecho de Naga sube y baja

con debilidad y de vez en cuando le sale un poco de humo por los orificios de la nariz

y se va flotando en espiral hacia el techo de la cueva. Andras se arrodilla junto al

dragón y empieza a estirarle la pata rota.

Ariel se levanta y lo coge con aspereza del hombro.

—¡Apártate de ella! —ruge—. ¡No es un caballo! ¡Tienes que alinear el tarso

mayor con el tarso menor o se soldará mal!

Andras aparta las manos de la pata de Naga y las levanta en señal de rendición

mientras Ariel le lanza una mirada asesina.

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