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La bruja negra

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Me sorprende ver lo distinta que es la arquitectura élfica de lo que estoy

acostumbrada, y la galería está metida en el bosque. Los edificios son blancos y de

líneas curvas, parecen conchas marinas gigantescas, y están coronados por ondulantes

torretas espirales que me recuerdan las llamas de las velas. Se elevan hacia las copas

de los altísimos pinos, y están unidas unas con otras mediante caminos adoquinados

hechos con miles de piedras lisas y plateadas.

Wynter nos conduce hasta el edificio más grande por un camino retorcido con

muchas puertas en las que hay símbolos curvilíneos.

Llegamos a una gran sala de exposiciones. Las pulidas baldosas grises y piedra

azul del suelo están dispuestas en líneas tan ondulantes que me hacen sentir como si

estuviera caminando sobre el agua. Las paredes curvas e inclinadas parecen las de

cualquier catedral, y están iluminadas por el brillo verdoso que emite la piedra de luz

élfica.

Hay estatuas y cuadros de reyes y reinas elfas a caballo, paisajes con extrañas

casas de color marfil encaramadas a laderas empinadas, y representaciones de la

naturaleza en las que las imágenes de las plantas y las piedras parecen flotar sobre el

papel.

Y también hay obras de cosas que ni siquiera sabía que existieran.

Estatuas hechas con niebla, tapices que representan escenas que parecen cobrar

vida cuando pasas por delante, esculturas hechas de agua en movimiento.

Wynter se sienta en uno de los alféizares ovalados de la galería, quieta como una

piedra, y nos sigue con la mirada.

Yo voy pasando de una obra a otra mientras Jarod y Aislinn hablan sobre arte,

enfrascados en su conversación. No puedo evitar darme cuenta de lo contenta y

animada que parece Aislinn, y en cómo le brillan los ojos a Jarod.

—¿Dónde están tus obras? —le pregunta a Wynter.

Ella ladea la cabeza y reflexiona un momento.

—Yo no puedo exponer aquí —explica con su delicado acento—. Mis obras están

infectadas por mi oscuridad.

Frunzo el ceño mirando a Wynter apenada por su dura afirmación y lo aceptada

que tiene su exclusión.

Jarod y Aislinn también la están mirando; Aislinn tiene los ojos tristes y Jarod

parece tenso y preocupado.

—Enséñanoslo —me descubro diciendo.

Wynter vacila un momento, después se baja de un salto del alféizar con cierto

recelo y nos conduce fuera de la galería, hasta un granero un poco apartado y de

estilo celta.

Dentro de la enorme estructura hace frío y huele un poco a moho. Junto a las

paredes hay pilas de muebles viejos y marcos rotos, además de cuadros abandonados,

intrincados telares y una gran variedad de instrumentos artísticos viejos.

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