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La bruja negra

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para las artes y era muy bella, además de una comandante despiadadamente efectiva

de nuestras fuerzas militares. Mi abuela encarnaba todas esas cosas.

Y yo no solo me parezco a ella. Soy su viva imagen.

—Sí —susurra la tía Vyvian—, ya está. Creo que ya hemos terminado, Heloise.

—Se levanta y sonríe de oreja a oreja—. Elloren, bajarás a la fiesta dentro de una

hora. Paige te acompañará. —Se vuelve hacia esta—. Bájala por la escalera central.

Quiero que todo el mundo la vea llegar.

Mi tía se para a mirarme una vez más y después se marcha hablando

amigablemente con Maga Florel.

Yo vuelvo a mirarme al espejo, estupefacta.

—Debes sentirte muy orgullosa —dice Paige con respeto—. Tu abuela era una

mujer maravillosa. Estás llamada a seguir sus pasos, Elloren, si no el Gran Ancestro

no te habría hecho igual que ella. ¡Espera a que te vea todo el mundo!

Sigo a Paige por los pasillos serpenteantes donde solo nos encontramos a alguna

sirvienta urisca de vez en cuando, que pasa de largo a toda prisa y nos ignora con

total deferencia.

Cuando nos detenemos junto a la barandilla de madera de cerezo que hay en el

entresuelo se me seca la garganta. Me detengo en lo alto de la escalinata y observo el

gigantesco vestíbulo circular.

Ante nosotras se extiende un mar de gardnerianos con aspecto de importantes,

todos vestidos de negro. Aproximadamente la mitad de ellos visten el uniforme

militar, la mayoría son altos cargos, otros lucen las capas con el dobladillo plateado

que distingue a quienes tienen poderes.

Al principio atraemos algunas miradas curiosas. Entonces alguien jadea. Y se

hace el silencio en el vestíbulo.

Yo los miro con un parpadeo, distraída por la enorme lámpara de araña que

cuelga sobre la estancia: tiene forma de abedul y hay cientos de velas colocadas en

sus ramas y hojas de cristal. Proyecta una luz cambiante por toda la habitación.

Paseo los ojos por el vestíbulo y mis ojos se posan sobre un hombre que aguarda

en el centro. Es alto y delgado, y viste una larguísima capa de sacerdote con un pájaro

blanco en el pecho. Es más joven que la mayoría de sacerdotes, tiene las facciones

muy marcadas, la frente alta y el pelo liso le llega hasta los hombros. Sus ojos verdes

brillan con tanta fuerza que parecen arder, como si los iluminaran desde dentro.

Me está mirando como si me conociera, y su mirada es tan intensa que me

desconcierta.

Me viene una imagen a la cabeza: es la corteza quemada de un árbol, y veo sus

ramas negras recortadas contra el cielo.

Siento que el vacío oscuro de la imagen me arrastra y me agarro a la barandilla

del balcón para no perder el equilibrio.

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