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La bruja negra

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Fallon es rápida como una serpiente. Me agarra del brazo con muchísima fuerza y

me planta la varita en el cuello. Jadeo y me aterra ver la mirada de loca que tiene en

los ojos.

—¿O si no, qué vas a hacer exactamente, Maga Elloren Gardner?

Me empuja con fuerza y me caigo al suelo helado. Entonces retrocede, apunta la

varita contra mi pecho y sisea un hechizo con los dientes apretados.

El hielo sale disparado de su varita y colisiona con un escudo invisible que me

recubre la ropa gracias al polvo de metal del profesor Hawkkyn.

«El metal bloquea el hielo».

Fallon me mira desconcertada y después los entorna al comprenderlo. Mira hacia

la Torre Norte y después me lanza una mirada cómplice.

—¿También está la bestia?

—¿Qué bestia? —pregunto con despreocupación y el corazón acelerado.

«Marina. Marina. Marina. Marina». Fallon esboza una sonrisa lasciva.

—Sabes muy bien a quien me refiero. Al elfo serpiente. —Abre mucho los ojos

—. Le tienes ahí, ¿verdad? Junto a las demás criaturas que estás coleccionando.

Me siento muy confusa. Y entonces me doy cuenta:

«Claro. El escudo de metal. Piensa de verdad que podría tener al profesor

Hawkkyn escondido».

Suelto una carcajada maligna y la fulmino con la mirada, cada vez estoy más

enfadada.

—No, no hay elfos. Solo mis dos compañeras ícaras. —Le lanzo una mirada dura

y burlona—. Y mi violín nuevo.

Me arrepiento de haberlo dicho en cuanto lo hago.

El hielo sale de su varita y yo grito cuando se me congelan las botas y se me

pegan al suelo, el hielo me quema los dedos de los pies.

—Has olvidado protegerte las botas, ¿no? —canturrea con odio en los ojos.

Empieza a caminar en círculos a mi alrededor mientras yo intento liberar mis pies con

todas mis fuerzas—. Te he estado vigilando, Elloren Gardner —dice con tono burlón

mientras yo consigo despegar una de las botas—. Ícaros, lupinos, El Gran Amaz,

elfos. Quizá incluso un elfo serpiente. —Mira la torre como un gato que acaba de

cazar un ratón—. Todos van y vienen de tu torre. Y a horas muy extrañas. —Guarda

silencio, niega con la cabeza y chasquea la lengua—. ¿Por qué?, me pregunto. Y

entonces pienso… —Mira hacia la torre pensativa—. ¿Qué puedes tener ahí que sea

tan interesante? —Esboza una sonrisa de loca—. ¡Vamos a averiguarlo!

Se encamina hacia la Torre Norte y yo aúllo desesperada por alcanzarla.

Justo cuando mis dedos agarran la seda de su túnica, se le ilumina el uniforme.

Unas runas muy raras proyectan una feroz luz blanca por toda su túnica y la capa e

iluminan el campo como si fueran reflectores.

Estoy hecha un lío.

«¿De dónde ha salido eso?».

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