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La bruja negra

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Todos nos encogemos al ver otra avalancha de piedras soltándose de la montaña y

llevándose por delante el último de los edificios de piedra que quedaba en pie. Los

soldados que hay debajo, pequeños como hormigas, se han quedado en silencio junto

a sus pequeños barracones aislados y no pueden despegar los ojos de la base militar

destrozada. Uno de los soldados grita y nos señala.

—Se están reagrupando —anuncia Cael con seriedad mientras escuchamos las

órdenes que aúllan las voces roncas de los hombres—. Y vendrán a por nosotros.

—Vámonos —ordena Yvan agarrándome con fuerza—. Tengo que ocuparme de

su pierna. Cuanto antes.

—Mandarán rastreadores —dice Rafe con la voz entrecortada.

Mi hermano está pálido y tiene la cara manchada de sangre.

Tierney levanta las manos, cierra los ojos y empieza a canturrear en voz baja. En

el cielo empiezan a aparecer unas nubes grises, como perros acudiendo a la llamada

de su dueño, cada vez hay más, se mueven de una forma extraña, como si el tiempo

pasara muy rápido. De pronto empiezan a caer copos de nieve del cielo, al principio

son pocos, pero pronto espesan, como si alguien estuviera vaciando un saco de harina

desde el cielo.

—Ya está —anuncia Tierney, a la que apenas consigo ver a través de la gélida

cortina blanca—. Esto nos ayudará a ocultar nuestras huellas.

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