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La bruja negra

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estudiando y estructuraré vuestro estudio de la metalurgia en consonancia. Tenemos

grupos de fabricantes de armas, herreros, joyeros y una única farmacéutica. —Me

vuelve a mirar con frialdad—. Maga Gardner, usted trabajará directamente conmigo.

—Sí, profesor Hawkkyn —contesto reprimiendo un escalofrío cada vez más

asustada y con más frío.

Se pone a escribir una lista de aleaciones de oro en la pizarra que tiene detrás y yo

me preparo para tomar notas mojando la pluma en el tintero.

Mi pluma impacta contra algo y el tintero está a punto de caer; es como si

estuviera tocando cristal sólido en lugar de tinta negra. Cojo el tintero confundida y lo

suelto automáticamente: el cristal está tan frío que me quema los dedos. Alarmada,

me inclino hacia delante y vuelvo a meter la pluma en la tinta cuando una repentina

nube de frío brota del recipiente como si fuera un pequeño soplido blanco.

La tinta se ha solidificado y está congelada.

Curran me está mirando de reojo y ladea la cabeza con aire inquisitivo.

—¿Qué le pasa a tu…?

Lo entendemos los dos al mismo tiempo y Curran palidece.

Miro a mi alrededor con un nudo en el estómago, me estoy mareando y me

concentro en la joven que está dos filas por detrás con una enorme sonrisa malvada y

un odio paciente ardiendo en sus increíbles ojos.

Fallon Bane.

Me vuelvo rápidamente hacia el frente con el corazón acelerado. El profesor

Hawkkyn ya ha empezado a escribir en la pizarra y una nueva ráfaga helada me trepa

por la garganta.

Después de clase me marcho enseguida para evitar toparme con Fallon y su

omnipresente escolta. Advierto que Curran hace lo mismo y los dos evitamos mirarla,

como si fuera un animal rabioso. Soy incómodamente consciente de que su aro de

hielo sigue oprimiéndome la garganta, y la sensación gélida no desaparece hasta que

abandono el ala de ciencias.

Cada paso que doy hacia el aula de matemáticas está cargado de una frustrada y

temblorosa alarma que va dando paso a una creciente rabia.

Ha terminado mi primera clase y ya me he topado con Fallon Bane. El resultado

es que no tengo apuntes para estudiar, solo lo que pone en el libro y lo que recuerdo.

«Muy bien, maldita bruja, solidifícame la tinta —pienso furiosa—. Congélame la

garganta. No pienso volver a acobardarme».

«En realidad, no puede hacerme daño». La expulsarían de la universidad y del

ejército, y la meterían en la cárcel. Utilizar la magia contra otro gardneriano es un

delito grave.

Aprieto los dientes y decido no volver a marcharme de la clase como un perro

apaleado.

Cuando entro en el aula de matemáticas sigo furiosa y me siento aliviada de no

ver a Fallon entre el mar de jóvenes gardnerianos, por suerte todos civiles.

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