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La bruja negra

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—Sabía quien era. Mucha gente lo sabía.

—Ah —contesto decepcionada.

—¿Qué te trae por aquí, Maga Gardner? —pregunta con tono receloso—. ¿Más

preguntas?

Asiento y después de un largo y tenso momento me hace un gesto resignado

indicándome que tome asiento en la silla que hay frente a su escritorio.

Cierro la puerta y me empiezo a sentir incómoda y nerviosa.

—Veo que después de nuestra conversación del otro día te has cambiado de ropa

—apunta, y me parece detectar un pequeño brillo de aprobación en sus ojos.

—Sí, bueno… em… —tartamudeo—. De todas formas prefiero mi ropa de antes.

Cuando oye ese comentario alza las cejas, suelta los papeles que tiene en las

manos y entrelaza los dedos de las manos para prestarme toda su atención.

—¿Qué quieres saber? —pregunta.

Me muerdo el labio y suspiro antes de contestar.

—Quiero conocer la historia de Gardneria. —Levanto el libro de historia—. La

de verdad. No esta.

Se le contrae la comisura del labio.

—Este libro goza de muy buena consideración en…

—Es el libro gardneriano sobre la historia de Gardneria —le aclaro.

Asiente.

—Entonces, ¿estás buscando la historia de Gardneria explicada por los celtas? —

pregunta con tono divertido.

—No, lo que quiero es saber lo que pasó de verdad.

El profesor frunce los labios y me mira con atención.

—La historia es un asunto complejo, Maga Gardner. Todo lo que se escribe suele

ser subjetivo, y acostumbra a ser complicado saber la verdad.

—Muy bien —insisto—, pues en ese caso quiero saber cuál es para usted la

verdadera historia de Gardneria.

Se le escapa una carcajada incómoda.

—Se supone que los profesores no enseñan así, Maga Gardner. Mi opinión no

tiene mucha importancia.

—Por favor, profesor Kristian —le presiono con cierta vehemencia—. Es

importante para mí. Por favor, explíqueme lo que sabe.

Mira la mesa un momento y frunce el ceño como si estuviera discutiendo consigo

mismo sobre la mejor forma de contestarme antes de volver a encontrarse con mi

obstinada mirada.

—Podría llevarnos un buen rato —me advierte.

—Tengo tiempo —contesto impertérrita. Me recuesto en la silla.

Se me queda mirando durante un largo e incómodo minuto, quizá esperando que

me rinda y me marche.

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