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La bruja negra

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¿Acabamos de presenciar la misma escena? Yo he visto el extraño ángulo que le

dibujaba la pierna, el hueso que sobresalía. Y hay sangre por todas partes. Eso

demuestra que no me equivoco.

Yvan advierte mi expresión incrédula y me mira con aspereza, como si quisiera

que guardara silencio. Yo le miro las manos y la sangre que tiene en el regazo. Ya

sabía que hay sanadores que pueden curar roturas tan extremas como esta en cuestión

de meses, pero jamás había oído nada como esto.

—Gracias, Yvan —dice Fernyllia muy agradecida. Se vuelve hacia mí—. Y

gracias, Maga Gardner.

—Elloren me ha ayudado —le dice Fern a su abuela con la cabeza pegada a su

pecho, está agotada.

Fernyllia le da un beso en la cabeza a la niña y me mira con complicidad.

—Quizá a Elloren y a Yvan les apetezca un poco de té y un pedazo de tarta de

manzana —dice con esa voz cantarina que emplea la gente para hablar con los niños,

y me sorprende que haya utilizado mi nombre de pila. Fernyllia toca la nariz de su

nieta con la punta del dedo—. Y a ti, pequeña, te haré un poco de sirope de arce. ¿Eso

te hará sentir mejor?

Fern asiente con debilidad. Fernyllia se levanta con su nieta entre los brazos.

—Adelantaos —dice Yvan con amabilidad—. Ahora entramos nosotros.

Fernyllia le mira sorprendida, pero después asiente y se marcha.

—¿Cómo lo has hecho? —le pregunto con un susurro urgente en cuanto Fernyllia

está lo bastante lejos—. Eso es magia medicinal. Y los celtas no tienen poderes.

No me mira a los ojos.

—No sé a qué te refieres, Elloren. Tenía la pierna dislocada. Yo solo le he vuelto

a poner el hueso en su sitio.

—Tenía la pierna rota. He visto el hueso, Yvan. Con mis propios ojos. Y estás

lleno de sangre. ¡Eso no ha sido un rasguño!

Me mira a los ojos con esa iracunda intensidad tan propia de él.

—Y la dragona. Puedes comunicarte con ella, ¿verdad? —insisto—. Igual que

Wynter y Ariel. Con la mente. ¿Cómo lo haces, Yvan? Y cuando te enfrentaste a

Damion para ayudar a Olilly… te moviste tan rápido… fue como un borrón. Pensaba

que me estaba imaginando cosas, pero no puedo estar imaginándome esto. ¿Qué nos

escondes?

—Nada —contesta evitando mi mirada con los dientes apretados—. Estás

imaginando cosas. —Se pelea con algún pensamiento un segundo, pero después

vuelve a clavarme los ojos. Se inclina hacia mí y me habla con un tono duro—: Más

vale que lo dejes.

Pero estoy decidida.

—No pienso dejarlo —insisto inclinándome también hacia él—. No pienso

dejarlo hasta que me digas de qué va todo esto. —Frunzo el ceño preocupada por él

—. Cuéntamelo, Yvan. Puedes confiar en mí.

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