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La bruja negra

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Lukas se vuelve. Está observando a una larga fila de cadetes que lanzan flechas

por el aire húmedo y frío hacia unas dianas circulares. El crepúsculo se está

adueñando del cielo y ya han empezado a encender las antorchas. Lukas me mira

sorprendido cuando ve mi expresión.

—¿Quién? —pregunta entornando los ojos.

—Ariel.

Me mira un buen rato y después me coge del brazo y me aleja de los arqueros.

—¿Qué ha pasado? —pregunta.

—Eso no importa —le digo con un tono de voz implacable—. Quiero que

desaparezca. Me da igual lo que tengas que hacer para conseguirlo.

Espero que me diga que libre mis propias batallas. Y si lo hace podría odiarlo

para siempre. Pero adopta una expresión calculadora.

—La única forma de echarla es conseguir que te ataque —me advierte.

—Me da igual.

Respira hondo y hace señas en dirección a un banco.

—Muy bien —dice esbozando una oscura sonrisa—. Siéntate. Cuéntame todo lo

que sepas sobre Ariel Haven.

Después de una larga conversación con Lukas me siento más animada,

convencida de que él encontrará una forma de ayudarme a expulsar a Ariel de la

universidad y alejarla de mí. Pero en cuanto vuelvo a estar sola, recuerdo mi colcha

destrozada y vuelvo a sentirme desolada.

Voy a trabajar a la cocina sumida en una niebla de desesperación, distraída e

incapaz de concentrarme en la sencilla labor que Fernyllia Hawthorne me ha

encomendado, que consiste en remover una cacerola llena de salsa de carne, y no

consigo reprimir las lágrimas.

Iris y Bleddyn no se esfuerzan en ocultar el placer que les produce verme tan

derrotada, e intercambian miraditas satisfechas.

—Vaya, la Cucaracha está triste —le comenta Bleddyn a Iris en voz baja con tono

jocoso. Cada vez se muestran más atrevidas, como si estuvieran tanteando el terreno.

—Ooooh.

Iris mira a Bleddyn de reojo con una expresión de complicidad mientras va

sacando galletas de unas bandejas y las va colocando en cestos.

Bleddyn clava el cuchillo en la carcasa del pollo asado que está desmembrando

con más fuerza de la necesaria. Me sobresalto al sentir el ruido del cuchillo y la

enorme chica urisca sonríe entornando los ojos.

Iris suelta una carcajada.

Yvan entra en la cocina con un montón de leña. Cuando me ve se detiene con

enojada sorpresa y me atraviesa con sus ojos verdes.

—¿Por qué estás llorando? —pregunta con aspereza.

—Por mi colcha —contesto mientras veo cómo mis lágrimas aterrizan en la salsa

—. La han destrozado.

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