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La bruja negra

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—La meterán en otra jaula con otro dragón —dice—. Alguno pequeño. Esperarán

a que le coja cariño y después… lo torturarán hasta matarlo delante de ella. Ya les he

visto hacerlo. A otro dragón.

Guarda silencio un momento. Cuando vuelve a mirarme percibo su dolor, y se le

quiebra la voz.

—Todavía tengo pesadillas.

Frunce el ceño y aparta la mirada.

—Yo también tengo pesadillas —le confieso—. Sobre selkies.

Yvan me mira sorprendido.

—¿Selkies?

—Vi una en una ocasión. En una jaula, en Valgard. Estaba gritando. —Hago una

mueca al recordarlo—. Fue horrible. He soñado con ella casi todas las noches desde

aquel día.

Yvan se me queda mirando un buen rato.

—Yo nunca he visto ninguna —dice al fin—. Aunque he oído hablar de ellas. —

Se vuelve de nuevo hacia el dragón y mira todos los rincones de la jaula, como si

estuviera tratando de descifrar un rompecabezas complejo—. Los barrotes están

hechos de acero élfico. La dragona ha intentado fundirlos, pero es imposible. Y no

usan llaves para abrir las jaulas. Utilizan los poderes de la varita.

—Has pensado mucho en esto, ¿no? —observo con recelo.

Yvan no me contesta, sigue concentrado en la jaula del dragón.

Lo miro con sorpresa cuando lo entiendo.

—Quieres rescatarla, ¿no?

Arruga el rostro, como si le hubieran pillado.

—¡Quieres rescatarla! —exclamo—. Quieres robar un dragón. ¡De una base

militar gardneriana!

Yvan me mira enfadado, se da media vuelta y se interna en el bosque.

Yo corro tras él esforzándome por seguirle el paso.

—Vas a conseguir que te maten, ¿lo sabías?

No me contesta, se limita a caminar más deprisa, como si quisiera alejarse lo

máximo posible de mí.

El grave e intenso gemido de desesperación del dragón resuena en el aire y me

destroza el corazón. Yvan y yo nos paramos. Se ha puesto completamente rígido, pero

enseguida recupera la compostura y vuelve a alejarse de mí.

ϒ

Para cuando llegamos a la frontera con Verpacia la tensión entre nosotros es palpable.

La situación me distrae y culpo a Yvan mentalmente cada vez que me tuerzo un pie o

me araño el brazo con algo.

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