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La bruja negra

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Diana esboza una pequeña y satisfecha sonrisa y pocos minutos después cierro los

ojos igual que la selkie, notando el relajante ritmo de los dedos de Diana en el pelo, y

me dejo llevar por un sueño reparador.

—Elloren, despierta.

A la mañana siguiente la insistente voz de Diana me obliga a abrir los ojos. La

extraña expresión de su rostro y su forma de mirar la puerta se llevan los restos de mi

pereza.

Se ha levantado de la cama y ha adoptado una postura defensiva. Ariel y Wynter

no están. La selkie está despierta y pegada al cabecero de la cama, inmóvil, a

excepción de sus aterrados ojos gris océano, con los que no deja de mirar hacia todas

partes.

Me incorporo un poco con la espalda rígida después de haber dormido toda la

noche apoyada en la cama.

—¿Qué pasa?

Diana se lleva un dedo a los labios.

—Se acerca alguien. No reconozco su olor. Son dos. —Diana ladea la cabeza

escuchando con una mueca seria—. Vienen a por ella, Elloren. Es el conserje. Y

alguien más.

—¿Qué vamos a hacer? —jadeo con pánico en la voz.

Diana intensifica su postura defensiva. En sus ojos brilla una luz aterradora y

arruga los labios al tiempo que ruge con actitud amenazante.

—Si intentan llevársela —dice enseñando los dientes—, los mataré.

Estoy oyendo tres cosas: el terrorífico rugido que vibra en el cuello de Diana, los

pasos que avanzan por el pasillo y los latidos de mi corazón aporreándome las

costillas.

La puerta se abre y el rugido de Diana se intensifica.

En la puerta aparece una hechicera vu trin.

Es joven y viste de uniforme: ropa negra cubierta de brillantes runas azules y

armas plateadas pegadas al cuerpo. Advierto que se parece a la comandante Kam Vin.

Tiene los mismos ojos oscuros y el pelo negro, es muy morena y tiene una cara

parecida. Pero, al mismo tiempo, es muy distinta a Kam Vin.

Tiene muchas cicatrices. Terribles. Tiene la mitad de la cara quemada y le falta la

mitad del pelo de esa parte, que lleva medio tapada con un largo pañuelo negro. Le

falta una oreja y las cicatrices le bajan por el cuello y desaparecen dentro de su ropa

para reaparecer en el muñón que en su día debió de ser una mano; ahora parece que

tuviera los dedos pegados. Es un efecto muy raro: una parte de ella es fuerte y

preciosa, y la otra está mutilada.

Diana levanta una mano muy despacio y la convierte en una arma llena de zarpas.

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