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La bruja negra

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—Creo que deberías hacerle el vestido de esta tela —afirma decidida, mirándome

con una sonrisa de oreja a oreja—. En realidad, creo que deberías hacerle todo el

guardarropa con la misma tela.

Siento una punzada de resentimiento y se me acelera el corazón mientras miro la

varita de Fallon.

—Espera —digo, dirigiéndome directamente a Maga Florel—. Me gustaría ver

las muestras.

La sonrisa de Fallon se convierte en una mueca de desdén.

—Madre mía, Elloren. —Hace un gesto a su alrededor para señalar las telas que

nos rodean—. Son todas negras.

La miro a los ojos.

—Aun así me gustaría echarles un vistazo.

La habitación se queda en silencio, tanto que si se cayera un alfiler lo oiríamos

aterrizar en el suelo.

Fallon me clava los ojos y yo me resisto a dejarme intimidar. Tiene unos ojos

hipnóticos con franjas alternas de verde claro y verde oscuro; las rayas verde claro

son tan tenues que parecen casi blancas. Me recuerdan a los carámbanos. Afilados

como lanzas.

Tras un momento de tensa deliberación, Maga Florel deja el libro encima de otra

mesa que hay junto a mí.

—Claro, querida —dice mirando a Fallon con cautela—. Adelante.

Abro el libro sintiéndome incómoda por la mirada gélida de Fallon. Voy pasando

las hojas hasta que me llama la atención un cuadradito de terciopelo negro violáceo,

tan suave como un lebrato.

—Oh… mira esta. —Jadeo olvidando por un momento a Fallon mientras miro la

siguiente muestra: la seda negra proyecta brillos rojos y amarillos al moverse—. Es

extraordinaria.

Hago girar la tela de un lado a otro volviéndola hacia el candil más cercano para

ver cómo cambian los colores.

Maga Florel asiente satisfecha.

—Es un tornasolado dorado de Ishkartan —dice cogiendo la muestra—. Viene del

Desierto Oriental. Está tejida con hilo de oro. Muy fina, muy excepcional.

Agacho la cabeza para mirar la rasposa lana marrón de la túnica que he traído de

casa. Es como intentar comparar el mejor violín con un instrumento hecho de

cualquier manera.

Maga Florel me sonríe.

—Tienes muy buen gusto, Maga Gardner.

Sigo mirando las muestras y me paro de golpe cuando mis ojos se posan sobre la

más bonita de todas. Una seda negra como la medianoche. Bordada con unas vides

tan sutiles que hay que mirar con atención para poder verlas. Pero cuando las ves…

Paso el dedo por la seda salvaje.

Página 60

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