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La bruja negra

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Sonríe de oreja a oreja.

—De eso nada.

Reculo un poco más.

—Lo digo en serio. O Fallon me matará.

—No te matará. Solo convertirá tu vida en un infierno. Pero vale la pena, ¿no

crees?

Antes de que pueda comentar su falta de modestia, agita la varita y me descubro

atada y entre sus brazos. Las ataduras desaparecen en cuanto me abraza y me besa en

el cuello. Yo le empujo con poca convicción y él se ríe. Mi determinación se debilita,

se la lleva el frío aire de la noche.

—¿Por qué está tan obsesionada contigo? —pregunto sin aliento.

Esboza una pícara sonrisa oscura.

—¿No lo sabes?

Le miro frunciendo el ceño y me separo un poco de él.

—Pensaba que no teníais afinidad.

Ladea la cabeza.

—Exacto. Ya te lo expliqué. A ella le parece excitante. A mí no.

«¿Y nosotros qué afinidad tenemos?», me pregunto mientras él me acaricia la

espalda.

Me acerca un poco más a él y siento la caricia de su aliento en la oreja.

—Todo ese fuego. Y la madera. Encajamos bastante bien, ¿no te parece?

Se me acelera la respiración y le pongo la mano en el pecho. Está muy caliente.

Lukas sonríe y da un paso atrás, me ofrece el brazo.

—¿Adónde me llevas? —pregunto con cierto recelo cuando veo que me vuelve a

llevar hacia el mismo lugar del que vengo.

—Confía en mí —dice—. Quiero enseñarte que este lugar tiene mucho más que

ofrecer que un par de ícaras locas.

Nos adentramos por las calles de la universidad iluminadas por antorchas, dejamos

atrás las residencias de estudiantes y las casas de los artesanos. Al final nos paramos

delante de un edificio muy elegante decorado con impresionantes tallas de madera y

en cuya fachada se ven escenas de El Libro de la Antigüedad en cada arco y abertura.

Es un museo de arte gardneriano.

El joven cadete que está de guardia se pone firme en cuanto ve a Lukas y le

entrega un llavero sin hacer preguntas.

Entramos en el edificio y Lukas me guía por las salas desiertas al tiempo que va

encendiendo los candiles con un toque de varita a medida que vamos avanzando. Le

sigo y vamos dejando atrás esculturas y pinturas hasta llegar a una sala circular.

Cuando Lukas ilumina la estancia me asombra ver los instrumentos expuestos en

ella, muchos protegidos por gruesos armazones de cristal. En el centro de la sala hay

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