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La bruja negra

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Mientras suplico por mi vida el demonio empieza a rascar la puerta con las uñas.

Muy despacio. Una y otra vez.

Entonces vuelve el silencio.

Algo impacta contra la puerta y mi barricada se viene abajo. Grito y empiezo a

sollozar.

—Te mataré —ruge la voz—. Y lo haré lentamente.

Vuelven los rasguños, pero esta vez son más fuertes, como si estuvieran rascando

la puerta con un cuchillo.

—Tendrás que dormir en algún momento, gardneriana —se burla la criatura cruel

—. Y cuando te duermas te cortaré…

El sonido en la madera es cada vez más intenso y noto la presión rítmica por las

piernas. Esa cosa está desmontando la puerta, pero se está tomando tanto tiempo para

hacerlo como el que se tomará para matarme.

Se me disparan los pensamientos, como un caballo desbocado. Me vienen a la

cabeza imágenes de Rafe, Trystan y Gareth llegando a la universidad para

descubrirme muerta en este armario, hecha jirones por los ícaros. Veo imágenes de

cómo se le para el corazón a mi tío al descubrir lo que ha sucedido. De Fallon Bane

encantada de saber lo que me ha pasado. Y de cómo encuentran la varita de Sage…

¡La varita!

Rebusco en la oscuridad palpando en busca de los cierres del arcón de viaje, lo

abro y arranco la tela del forro con las manos temblorosas para coger la varita. Sage

dijo que era muy poderosa, quizá tenga tanto poder que funcione incluso con alguien

tan débil como yo.

Cojo la varita tal como me enseñó la comandante Vin, con la empuñadura pegada

a la mano, y la apunto hacia donde suenan los arañazos. No recuerdo las palabras de

ningún hechizo. Solo recuerdo algunas palabras mágicas de los cuentos de mi

infancia. Intento recitarlas todas con la cara llena de lágrimas.

Nada.

Tiro la varita al suelo y me dejo arrastrar por la sofocante parálisis de un llanto

aterrado. Los arañazos continúan hasta bien entrada la noche y yo me siento caer y

caer hasta que se hace un fundido en negro.

Estoy corriendo por el pasillo del primer piso de la Torre Norte.

Sigo y sigo, no consigo ver qué hay en el otro extremo hasta que

por fin llego a mi habitación. Esta vez la puerta está abierta y la

estancia está bañada por una luz roja sobrenatural. Entro.

Sage Gaffney está junto a la ventana, al lado de la única vela con

la llama roja cuya luz alarga las sombras de la habitación. Tiene una

expresión vacía, sus ojos son un par de cuencas vacías.

—Sage —digo, confusa—, ¿qué haces aquí?

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