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La bruja negra

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muy despacio de Wynter sin dejar de mirarme mientras Wynter le murmura

frenéticamente en élfico.

Ariel se levanta y despliega lentamente las alas.

Yo reculo con el corazón acelerado.

—¡Te-Voy-A-Matar!

Aparta a Wynter y se abalanza sobre mí.

Ariel me tira al suelo y mi mundo se sume en el caos. Sus puños, sus uñas, las

patadas que me da con los pies; está por todas partes: me da puñetazos y me araña

mientras yo hago todo lo que puedo por defenderme. Percibo el sabor metálico de la

sangre y el miedo se apodera de mí. Wynter le grita algo a Ariel mientras intenta

separarla de mí, pero no lo consigue. Ariel es muy fuerte. Yo solo consigo reducir el

impacto de sus golpes agitando los brazos, pero no logro evitar ninguno.

Y entonces, cuando está de rodillas encima de mí y yo la sujeto con fuerza de las

muñecas, Ariel flaquea de pronto. Frunce los labios y suelta un siseo aterrador

mientras se le nublan los ojos verdes, como si fuera una capa de escarcha formándose

sobre el agua, hasta que no son más que dos ventanas opacas a la nada. Sus ojos van

cambiando de color y alternan el verde y el blanco mientras yo la observo

horrorizada.

En ese momento Wynter la abraza y tira de ella hacia atrás, la arrastra por el suelo

frío y la separa de mí. Ariel se pone tensa y se le cierran los ojos. Parece que vuelva a

estar inconsciente, que se haya perdido en algún infierno privado. Cuando Wynter la

saca arrastrando por la puerta, Ariel abre los ojos.

—¡Bájala! —grita cuando la gallina descuartizada aparece en su campo de visión.

Se deshace de Wynter y se abalanza sobre la puerta. Se deja caer de rodillas y

pone las manos sobre los regueros de sangre.

—¡Preciosa mía! —aúlla—. ¿Qué te han hecho?

Wynter se acerca a mí con los ojos abiertos como platos.

—Deberías marcharte, Elloren Gardner.

Me tambaleo de un lado a otro al levantarme, mareada después de haber recibido

tantos golpes en la cabeza. Wynter alarga la mano para ayudarme a no perder el

equilibrio.

En cuanto me toca el brazo, Wynter abre la boca, se le cierran los ojos y cae de

espaldas al suelo agarrándose la mano como si le ardiera.

—¿Qué pasa? —aúllo.

—Cuando toco a la gente…

Se le apaga la voz y me mira aterrorizada.

Jadeo.

—Eres una émpata, ¿verdad?

Recuerdo al ícaro de Valgard, el que podía leer la mente de las personas con solo

tocarlas.

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