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La bruja negra

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deprisa que me quedo con la sensación de habérmelo imaginado. Pego la cara al

cristal e intento encontrar al pájaro.

«¡No son solo pájaros, son vigilantes!». Las palabras de Sage me resuenan en la

cabeza.

Y entonces la veo: hay una joven a escasos metros de mí.

Es, de lejos, la persona más bella que he visto en la vida, incluso vestida con esa

sencilla túnica blanca. Su larga melena plateada brilla como el sol cuando se refleja

en una cascada y se derrama por su piel, tan traslúcida que es casi azul. Tiene una

figura ágil y elegante, las piernas dobladas a un costado y sostiene el peso de su

cuerpo con sus estilizados brazos de alabastro.

Pero lo más fascinante son sus ojos. Los tiene enormes y tan grises como un mar

de tormenta. Y rebosan terror.

Está metida en una jaula. Una jaula real donde solo puede estar sentada y en la

que no podría ponerse de pie aunque quisiera, y que está encima de una mesa. Dos

hombres la miran mientras hablan. Al otro lado de la jaula hay dos niños que están

pinchando a la chica con un larguísimo palo afilado esperando alguna reacción.

La chica no parece ni darse cuenta de que están allí. Me está mirando fijamente a

mí, me ha clavado los ojos. Veo tanto pánico en su mirada que reculo debido a la

fuerza de su expresión y se me desboca el corazón en el pecho.

La mujer se incorpora hacia delante, se agarra con fuerza a los barrotes de la jaula

y abre la boca. Cabeceo hacia atrás sorprendida al ver cómo se le abren unas hileras

de hendiduras plateadas a ambos lados de la base del cuello, y se le levanta la piel

que las rodea.

Santísimo Gran Ancestro, ¡tiene branquias!

La chica suelta un graznido ensordecedor, jamás había oído nada parecido. No

tengo ni idea de qué está intentando gritar, qué le ha ocurrido a su voz, pero aun así

entiendo perfectamente lo que quiere decir. Me está pidiendo ayuda.

Los hombres se sobresaltan al escuchar el grito, se tapan las orejas con las manos

y le lanzan una mirada de fastidio. Los niños se ríen, quizá piensen que han sido ellos

quienes han provocado el grito. Vuelven a pincharla con el palo, esta vez con más

fuerza. Pero ella no se inmuta. Sigue mirándome fijamente.

Clavo los ojos en el cartel de la tienda que hay encima de ella. Pone: PERLAS DEL

OCÉANO. Entonces el carruaje se tambalea y empieza a moverse y la chica

desaparece.

—Tía Vyvian —grito con voz aguda—, ¡había una mujer! ¡Con… branquias! ¡En

una jaula!

Con el corazón desbocado señalo la ventana en la que estaba la mujer.

Mi tía mira rápidamente en dirección a la ventana poniendo cara de ligera

repugnancia.

—Sí, Elloren —dice suspirando—. Imposible no haber oído ese grito.

—Pero, pero… qué…

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